Del Arzobispo Carlo Maria Viganò
7 de junio de 2020
Domingo de la Santísima Trinidad
Señor presidente,
En los últimos meses hemos sido testigos de la formación de dos bandos opuestos que yo llamaría bíblicos: los hijos de la luz y los hijos de las tinieblas. Los hijos de la luz constituyen la parte más grande de la humanidad, mientras que los hijos de las tinieblas representan una minoría absoluta. Y, sin embargo, los primeros son objeto de una especie de discriminación que los coloca en una situación de inferioridad moral con respecto a sus adversarios, que a menudo ocupan posiciones estratégicas en los gobiernos, la política, la economía y los medios de comunicación. Y en una forma aparentemente inexplicable, los buenos son tomados como rehenes por los malvados y por aquellos que los ayudan, ya sea por interés propio o por temor.
Estos dos lados, que tienen una naturaleza bíblica, siguen la clara separación entre la descendencia de la Mujer y la descendencia de la Serpiente. Por un lado, están aquéllos que, aunque tienen miles de defectos y debilidades, están motivados por el deseo de hacer el bien, ser honestos, formar una familia, dedicarse al trabajo, dar prosperidad a su patria, ayudar los necesitados y, en obediencia a la Ley de Dios, merecer el Reino de los Cielos. Por otro lado, están los que se sirven a sí mismos, no tienen principios morales, quieren demoler a la familia y la nación, explotan a los trabajadores para hacerse excesivamente ricos, fomentan divisiones internas y guerras, y acumulan poder y dinero: para ellos, la ilusión falaz del bienestar temporal algún día, si no se arrepienten, cederá ante el terrible destino que les espera, lejos de Dios, en la condenación eterna.
En la sociedad, señor presidente, estas dos realidades opuestas coexisten como enemigos eternos, así como Dios y Satanás son enemigos eternos. Y parece que los hijos de las tinieblas, a quienes podemos identificar fácilmente con el Estado profundo al que usted se opone sabiamente y que está librando una guerra feroz contra usted en estos días, han decidido mostrar sus cartas, por así decir, al revelar sus planes. Parecen estar tan seguros de tener todo bajo control que han dejado de lado esa circunspección que hasta ahora había ocultado al menos parcialmente sus verdaderas intenciones. Las investigaciones ya en curso revelarán la verdadera responsabilidad de quienes administraron la emergencia del Covid, no solo en el área de la atención médica sino también en la política, la economía y los medios de comunicación. Probablemente descubriremos que en esta colosal operación de ingeniería social hay personas que han decidido el destino de la humanidad, arrogándose el derecho de actuar contra la voluntad de los ciudadanos y sus representantes en los gobiernos de las naciones.
También descubriremos que los disturbios en estos días fueron provocados por aquellos que, al ver que el virus se desvanece inevitablemente y que la alarma social de la pandemia está disminuyendo, necesariamente han tenido que provocar disturbios civiles, porque luego seguiría una represión que, aunque legítima, podría ser condenada como una agresión injustificada contra la población. Lo mismo ocurre también en Europa, en perfecta sincronía. Es bastante claro que el uso de protestas callejeras es funcional para los propósitos de aquéllos que desean en las próximas elecciones presidenciales ver elegido a alguien que encarne los objetivos del Estado profundo y que expresa esos objetivos fielmente y con convicción. No será sorprendente si, en unos meses, aprendemos una vez más que, escondidos detrás de estos actos de vandalismo y violencia están los que esperan beneficiarse de la disolución del orden social para construir un mundo sin libertad: Solve et Coagula, como enseña el adagio masónico.
Aunque pueda parecer desconcertante, las alineaciones opuestas que he descrito están presentes también en círculos religiosos. Hay pastores fieles que cuidan el rebaño de Cristo, pero también hay mercenarios infieles que buscan dispersar el rebaño y entregar las ovejas para que sean devoradas por lobos voraces. No sorprende que estos mercenarios sean aliados de los hijos de las tinieblas y odien a los hijos de la luz: así como hay un Estado profundo, hay también una Iglesia profunda que traiciona sus deberes y renuncia a sus compromisos apropiados ante Dios. Así, el Enemigo Invisible, contra quien luchan los buenos gobernantes en los asuntos públicos, también es combatido por los buenos pastores en la esfera eclesiástica. Es una batalla espiritual, de la que hablé en mi reciente Llamamiento que fue publicado el 8 de mayo.
Por primera vez, Estados Unidos tiene en usted un presidente que defiende valientemente el derecho a la vida, que no se avergüenza de denunciar la persecución de los cristianos en todo el mundo, que habla de Jesucristo y del derecho de los ciudadanos a la libertad de culto. Su participación en la Marcha por la vida, y más recientemente su proclamación del mes de abril como Mes Nacional de la Prevención del Abuso Infantil, son acciones que confirman en qué lado usted desea luchar. Y me atrevo a creer que los dos estamos del mismo lado en esta batalla, aunque con diferentes armas.
Por esta razón, creo que el ataque al que usted fue sometido después de su visita al Santuario Nacional de San Juan Pablo II es parte de la narrativa orquestada por los medios de comunicación que busca no combatir el racismo e instituir un orden social, sino agravar las disposiciones; no para traer justicia, sino para legitimar la violencia y el crimen; no para servir a la verdad, sino para favorecer a una facción política. Y es desconcertante que haya obispos, como aquellos a quienes denuncié recientemente, que, según sus palabras, prueban que están alineados en el lado opuesto. Están subordinados al Estado Profundo, al globalismo, al pensamiento alineado, al Nuevo Orden Mundial que invocan cada vez con más frecuencia en nombre de una hermandad universal que no tiene nada de cristiano, sino que que evoca los ideales masónicos de aquéllos que quieren dominar el mundo expulsando a Dios de los tribunales, de las escuelas, de las familias y quizás incluso de las iglesias.
El pueblo estadounidense es maduro y ahora ha entendido en qué medida los medios de comunicación no quieren difundir la verdad, sino que buscan silenciarla y distorsionarla, difundiendo la mentira que es útil para los propósitos de sus amos. Sin embargo, es importante que los buenos, que son la mayoría, se despierten de su pereza y no acepten ser engañados por una minoría de personas deshonestas con propósitos ineludibles. Es necesario que los buenos, los hijos de la luz, se unan y hagan oír sus voces. ¿Qué manera más efectiva hay de hacer esto, señor presidente, que rezando y pidiéndole al Señor que lo proteja a usted, a los Estados Unidos y a toda la humanidad de este enorme ataque del enemigo? Frente al poder de la oración, los engaños de los hijos de las tinieblas colapsarán, se revelarán sus complots, se mostrará su traición, su poder aterrador terminará en nada, se lo sacará a la luz y quedará expuesto a lo que es: un engaño infernal.
Señor Presidente, mi oración se dirige constantemente a la amada nación estadounidense, donde tuve el privilegio y el honor de ser enviado por el papa Benedicto XVI como Nuncio Apostólico. En esta hora dramática y decisiva para toda la humanidad, rezo por usted y también por todos los que están a su lado en el gobierno de Estados Unidos. Confío en que el pueblo estadounidense esté unido conmigo y con usted en oración al Dios Todopoderoso.
Unidos contra el Enemigo Invisible de toda la humanidad, los bendigo a usted y a la Primera Dama, a la amada nación estadounidense, y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad.
+ Carlo Maria Viganò
Arzobispo Titular de Ulpiana
Ex Nuncio Apostólico en los Estados Unidos de América