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Comunion en la Mano según los primeros Concilios y Sínodos de la Iglesia

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San Agustín (s. IV) menciona que entre los signos de devoción de los que comulgaban: “Nadie come de esta carne [el Cuerpo eucarístico] sin antes adorarla […], pecaríamos si no la adoráramos”.[1] 

Aquí les comparto algunas sentencias dichas por concilios y Sínodos en los primeros siglos sobre la comunión en la mano.

  • El Concilio de Zaragoza: (a. 380) “Excomúlguese a cualquiera que ose recibir la Sagrada Comunión en la mano”.
  • El Sínodo de Toledo: Confirma esta sentencia.
  • Sínodo de Rouén: (a. 650) “Condenamos la comunión en la mano para poner un límite a los abusos que ocurren a causa de esta práctica, y como salvaguarda contra sacrilegios”.
  • El sexto Concilio Ecuménico en Constantinopla: (a. 680-681) “Prohíbase a los creyentes tomar la Sagrada Hostia en sus manos, excomulgando a los transgresores”.

Estas leyes se fueron generalizando poco a poco y en el siglo IX ya se habla de la necesidad de depositar el Cuerpo del Señor directamente en la boca. Todo ello hizo que la costumbre de recibir el sacramento de rodillas y en la boca se fuera imponiendo poco a poco en Occidente.

Con la costumbre de recibir la Eucaristía de rodillas y en la boca, se excluía la manipulación de las sagradas especies por quienes no fueses sacerdotes. Santo Tomás de Aquino (s. XIII) va en esta línea cuando dice:

“Por reverencia a este Sacramento, nada lo toca sino lo que está consagrado, ya que el corporal y el cáliz están consagrados, e igualmente las manos del sacerdote para tocar este Sacramento. Por lo tanto, no es lícito para nadie más tocarlo, excepto por necesidad (por ejemplo si hubiera caído en tierra o también en algún otro caso de urgencia)”.[2]

El concilio de Trento (s. XVI) recoge: “El hecho de que sólo el sacerdote da la sagrada Comunión con sus manos consagradas es una Tradición Apostólica”. Y añade también: “No ha de temerse de Dios castigo más grave de pecado alguno que, si cosa tan llena de toda santidad o, mejor dicho, que contiene al Autor mismo y fuente de la santidad, no es tratada santa y religiosamente por los fieles”[3].

En Cristo Luis Román

Santa María ora pro nobis

Referencia:

[1] San Agustín, Enarrationes in Psalmos, 98,9.

[2] Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica, III, q. 82, a. 13.

[3] Catecismo Romano del Concilio de Trento, Parte II, cap. 4.