Sermón 53: La Trinidad
1. La lectura del Evangelio (Mt 3,13-17) me ha propuesto el tema de hablar a Vuestra Caridad como por mandato del Señor; y en verdad por imposición del Señor. Pues de él ha estado esperando mi corazón como una orden de predicar el sermón, que me hiciese entender que desea que os hable sobre lo que él ha querido que se lea. Escuche, por tanto, vuestra ansia y devoción, y una y otra cosa sean, ante el mismo Señor, Dios nuestro, ayuda a mi fatiga. Pues vemos y —como si se nos hubiera presentado un espectáculo divino— advertimos que, junto al río Jordán, se nos presenta nuestro Dios en su ser trinitario. Llegó Jesús y fue bautizado por Juan, el Señor por su siervo, acción que tenía por objeto darnos ejemplo de humildad. En efecto, cuando, al decirle Juan: Soy yo quien debe ser bautizado por ti y ¿tú vienes a mí?(Mt 3,4), respondió: Deja eso ahora; que se cumpla toda justicia (Mt 3,15), manifestó que es en la humildad donde se cumple la justicia. Así, pues, una vez bautizado, se abrieron los cielos y descendió sobre él el Espíritu Santo en forma de paloma; luego siguió una voz de lo alto: Este es mi Hijo amado, en quien me he sentido complacido(Mt 3,17). Aquí tenemos, pues, la Trinidad con una cierta distinción de las personas: en la voz, al Padre; en el hombre, al Hijo; en la paloma, al Espíritu Santo. Ciertamente [solo] era necesario recordarlo, pues verlo es facilísimo. Con toda evidencia, por tanto, y sin lugar a escrúpulo de duda, se propone esta Trinidad, puesto que Cristo mismo, el Señor, que viene hasta Juan en la condición de siervo(Cf Flp 2,7), es ciertamente el Hijo; no puede decirse que es el Padre o el Espíritu Santo. Vino —dice— Jesús (Mt 3,13): ciertamente el Hijo de Dios. Respecto a la paloma, ¿quién puede dudar?, o ¿quién hay que diga: «Qué es la paloma», cuando el Evangelio mismo lo atestigua clarísimamente: Descendió sobre él el Espíritu Santo en forma de paloma?(Cf Mt 3,16; Mc 1,11; Lc 3,22; Jn 1,32). Igualmente, en cuanto a la voz, tampoco existe duda alguna de que sea la del Padre, puesto que dice: Tú eres mi Hijo(Mc 1,11; Lc 3,22). Tenemos, pues, la Trinidad con la distinción [de personas].
2. Y si ponemos atención a los lugares, me atrevo a decir —aunque tímidamente, me atrevo a decirlo—, tenemos la Trinidad en cierto modo separable: cuando Jesús llegó al río: de un lugar a otro; la paloma descendió del cielo a la tierra: de un lugar a otro; la misma voz del Padre no sonó ni desde la tierra ni desde el agua, sino desde el cielo. Estas tres realidades se hallan en cierto modo separadas en razón de los lugares, de las funciones y de las acciones. Alguien podrá decirme: «Muestra ahora a la Trinidad como inseparable». No olvides que hablas como católico y a católicos. Pues así lo deja ver nuestra fe, es decir, vuestra fe, la recta, la fe católica, colegida no de una opinión preconcebida, sino del testimonio de la lectura, no dudosa como resultado de una temeridad herética sino fundada en la verdad apostólica. Esto sabemos, esto creemos. Y aunque no lo vemos con los ojos y ni siquiera con el corazón mientras nos purificamos mediante la fe, gracias a esa misma fe, mantenemos con toda verdad y firmeza que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son una Trinidad inseparable: un único Dios, no tres. Pero un Dios tal que el Hijo no es el Padre, que el Padre no es el Hijo, que el Espíritu Santo no es ni el Padre ni el Hijo, sino el Espíritu del Padre y del Hijo. Sabemos que esta inefable divinidad que permanece en sí misma, que renueva todo y todo lo crea, recrea, envía y llama a sí, que juzga y absuelve, que esta Trinidad inefable es, al mismo tiempo, inseparable.
3. ¿Qué hacer, pues? He aquí que separadamente llegó el Hijo en cuanto hombre; separadamente descendió el Espíritu Santo del cielo en forma de paloma; separadamente también sonó la voz del Padre desde el cielo: Este es mi Hijo(Mt 3,17). ¿Dónde está, pues, la Trinidad inseparable? Sirviéndose de mí, Dios despertó vuestra atención. Orad por mí, y, como abriendo vuestro regazo, os conceda él mismo con qué llenarlo, una vez abierto. Colaborad conmigo. Estáis viendo qué tarea he asumido —no sólo la tarea asumida, sino también quién la ha asumido—; desde dónde lo quiero explicar, dónde me hallo, cómo me encuentro en un cuerpo que se corrompe y oprime al alma y cómo la morada terrena abruma al espíritu lleno de pensamientos. Cuando aparto este mi espíritu de los muchos pensamientos y lo recojo en el único Dios, Trinidad inseparable, con el fin de ver algo que deciros, ¿piensas que, para hablaros algo digno, podré decir: A ti, Señor, he levantado mi alma(Sal 85,4), viviendo en este cuerpo que oprime al alma? Que él me ayude, que él la levante conmigo, pues soy débil frente a ella y me resulta pesada.
4. Hay hombres que dicen: «¿Hace algo el Padre que no haga el Hijo? ¿O hace algo el Hijo que no haga el Padre?» Estas preguntas suelen plantearlas hermanos muy afanosos de saber; suelen ocupar las conversaciones de quienes aman la palabra de Dios, y a causa de ellas suele llamarse con insistencia a las puertas de Dios. Hablemos, de momento, del Padre y del Hijo. Una vez que aquel al que decimos: Sé mi ayuda, no me abandones(Sal 26,9) haya coronado nuestro esfuerzo a este respecto, será el momento de entender que tampoco el Espíritu Santo se separa nunca de la operación [común] al Padre y al Hijo. Escuchad, pues, la cuestión planteada, referida al Padre y al Hijo. «¿Hace algo el Padre sin el Hijo?» Respondemos: «No». ¿Acaso tenéis dudas? ¿Qué hace él sin aquel por quien fueron hechas todas las cosas? Todas las cosas —dice— fueron hechas por medio de él. Y recalcándolo hasta la saciedad para los rudos, duros de mollera y litigantes, añadió: Y sin él nada fue hecho(Jn 1,3).
5. ¿Qué decir, entonces, hermanos? Por medio de él fueron hechas todas las cosas(Jn 1,3). Entendemos ciertamente que toda criatura hecha por medio del Hijo la hizo el Padre mediante su Palabra, Dios por medio de su Poder y Sabiduría. ¿O hemos de decir, acaso: «en el momento de la creación, todo fue hecho efectivamente por medio de él, pero ahora el Padre no lo gobierna todo por medio de él»? En ningún modo. Aléjese este pensamiento de los corazones de los creyentes, rechácelo el espíritu devoto y la inteligencia piadosa. Es imposible que, habiendo creado todas las cosas por medio de él, no las gobierne también por medio de él. Lejos de nosotros pensar que no es regido por medio de él, siendo así que tiene el ser por medio de él. Pero enséñenoslo también el testimonio de la Escritura; es decir, no sólo que por medio de él han sido hechas y creadas todas las cosas, como he recordado a partir del evangelio: Por medio de él han sido hechas todas las cosas y sin él nada se hizo(Jn 1,3), sino también que por medio de él son regidas y dispuestas cuantas cosas han sido hechas. Reconocéis que Cristo es el Poder y la Sabiduría de Dios(1Co 1,24); reconoced que también se dijo de la Sabiduría: Se extiende con fortaleza de un confín a otro y lo dispone todo con suavidad(Sab 8,1). No dudemos, pues, de que todas las cosas son gobernadas por medio de aquel por cuyo medio fueron hechas. Por tanto, nada hace el Padre sin el Hijo y nada el Hijo sin el Padre.
6. Sale al paso la dificultad cuya solución asumí en el nombre y por voluntad del Señor. Si nada hace el Padre sin el Hijo y nada el Hijo sin el Padre, ¿no será casi lógico afirmar también que el Padre nació de la Virgen María, que el Padre padeció bajo Poncio Pilatos, que el Padre resucitó y subió al cielo? En ningún modo. No decimos esto porque no lo creemos. Pues creí, y por eso también hablé; también nosotros creemos, y por eso hablamos(2Co 4,13; Sal 115,10). ¿Qué contiene la fe? Que fue el Hijo quien nació de la Virgen, no el Padre. ¿Que contiene la fe? Que fue el Hijo quien padeció bajo Poncio Pilatos y quien murió, no el Padre. Queda fuera de nuestro interés el que algunos, por entenderlo mal, reciben el nombre de Patripasianos. Estos sostienen que el Padre mismo nació de mujer, que él fue quien padeció, que el Padre es a la vez Hijo, que se trata de dos nombres, no de dos realidades. Pero la Iglesia los apartó de la comunión de los santos para que no engañasen a nadie, de modo que, separados de ella, discutiesen entre sí.
7. Traigamos, pues, de nuevo ante vuestras mentes la dificultad del problema. Puede que alguien me diga: —«Tú has afirmado que nada hace el Padre sin el Hijo, ni el Hijo sin el Padre; además adujiste testimonios tomados de la Escritura según los cuales nada hace el Padre sin el Hijo, puesto que por medio de él fueron hechas todas las cosas(Cf Jn 1,3), y nada es gobernado sin el Hijo, puesto que es la Sabiduría del Padre que se extiende de un confín a otro con fortaleza y lo dispone todo con suavidad(Cf Sab 8,1). Ahora, como contradiciéndote, me dices que fue el Hijo quien nació de una virgen, no el Padre; que fue el Hijo quien padeció, no el Padre; que el Hijo resucitó, no el Padre. He aquí, pues, que tengo algo que hace el Hijo y que no hace el Padre. Por tanto, confiesa o bien que el Hijo hace algo sin el Padre, o bien que el Padre nació, padeció, murió y resucitó. Afirma una cosa u otra. Elige una de las dos». —«No elijo ninguna; no afirmo ni lo uno ni lo otro. Ni digo que el Hijo hace algo sin el Padre, pues mentiría si lo dijera; ni tampoco que el Padre nació, padeció, murió y resucitó, porque si lo dijera mentiría igual». —«¿Cómo —dice— vas a salir de estos aprietos?»
8. Os agrada la cuestión propuesta. Dios me ayude para que os agrade también una vez resuelta. Ved lo que afirmo, para que el Señor nos saque tanto a mí como a vosotros de estos aprietos. En el nombre de Cristo nos mantenemos en una misma fe, bajo un mismo Señor vivimos en una misma casa, bajo una sola cabeza somos miembros de un mismo cuerpo, y un mismo Espíritu nos anima. Así, pues, para que el Señor nos saque de los aprietos de este molestísimo problema a todos, a mí que os hablo y a vosotros que me escucháis, esto es lo que afirmo: «Es el Hijo, no el Padre, quien nació de la Virgen María; pero ese mismo nacimiento del Hijo —no del Padre— de la virgen María fue obra del Padre y del Hijo. Sin duda, no fue el Padre quien padeció, sino el Hijo; no obstante, la pasión del Hijo fue obra del Padre y del Hijo. No resucitó el Padre, sino el Hijo; pero la resurrección del Hijo fue obra del Padre y del Hijo». Al parecer estamos ya libres del problema, pero quizá sólo por mis palabras; veamos si también por las divinas. Así, pues, me corresponde a mí demostrar con testimonios de los libros sagrados que el nacimiento del Padre lo obraron el Padre y el Hijo; dígase lo mismo de la pasión y resurrección. El resultado ha de ser que, aún siendo sólo del Hijo el nacimiento, la pasión y la resurrección, estas tres realidades que pertenecen solamente al Hijo, no son obra del Padre solo, ni del Hijo solo, sino con certeza del Padre y del Hijo. Probemos cada una de estas cosas; vosotros hacéis de jueces; la causa ha sido expuesta, desfilen los testigos. Dígame vuestro tribunal lo que suele decirse a los que llevan las causas: «Prueba lo que prometes probar». Con la ayuda del Señor lo pruebo claramente, y recito el texto del derecho celeste. Me escuchasteis atentamente cuando proponía la causa; escuchadme más atentamente ahora al probarla.
9. He de empezar con el nacimiento de Cristo, probando cómo fue obra del Padre y del Hijo, aunque lo que hicieron ambos pertenezca sólo al Hijo. Cito a Pablo, jurisconsulto competente en derecho divino —pues también los abogados tienen hoy un Pablo que dicta los derechos de los litigantes, aunque no cristianos—; cito —repito— a Pablo que dicta los derechos de la paz y no los del litigio. Muéstrenos el santo Apóstol cómo el nacimiento del Hijo fue obra del Padre. Cuando llegó —dijo—la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo nacido de mujer, hecho bajo la ley para redimir a los que estaban bajo la ley(Ga 4,4-5). Lo habéis escuchado y, dado que su testimonio es llano y patente, lo habéis entendido. Ved que fue obra del Padre el que el Hijo naciese de una virgen. Cuando llegó la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, ciertamente el Padre a Cristo.¿Cómo lo envió? Hecho de mujer, hecho bajo la ley. El Padre, por tanto, le hizo de mujer, sometido a la ley.
10. ¿O acaso os turba el que yo haya dicho «de una virgen» y Pablo de mujer? No os turbe; no nos detengamos demasiado en esto, pues no estoy hablando a gente sin instrucción alguna. Una y otra cosa están tomadas de la Escritura: «de una virgen» y «de una mujer». ¿Cómo«de una virgen»? He aquí que una virgen concebirá y dará a luz un Hijo(Is 7,14). ¿Cómo«de una mujer»? Ya lo escuchasteis. No existe contradicción. Es característico de la lengua hebrea llamar mujeres a las personas de sexo femenino, no sólo a las que han perdido su virginidad. Tienes un texto claro del Génesis: cuando al comienzo fue creada Eva misma, Dios la formó como mujer (Cf Gn 2,22). En otro lugar dice también la Escritura que Dios mandó separar a las mujeres que no habían conocido lecho de varón(Cf Nm 31,17-18; Jc 21,11). Así, pues, esto debe resultaros ya conocido; que no me retenga para poder explicar, con la ayuda del Señor, otras cosas que, con razón, me retendrán.
11. Hemos probado, pues, que el nacimiento del Hijo fue obra del Padre; probemos que lo fue también del Hijo. ¿En qué consiste el nacimiento del Hijo, de la Virgen María? Sin duda en el haber asumido la condición de siervo. ¿Qué otra cosa significa para el Hijo nacer, sino recibir la condición de siervo en el seno de la Virgen? Escucha que también esto es obra del Hijo: El cual, existiendo en la condición divina, no juzgó objeto de rapiña el ser igual a Dios; antes bien se anonadó a sí mismo, tomando la condición de siervo(Flp 2,6-7). Cuando llegó la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo nacido de mujer, [Hijo] que, según la carne, le fue hecho a ella del linaje de David(Ga 4,4; Rm 1,3). Vemos, pues, que el nacimiento del Hijo fue obra del Padre; mas como el mismo Hijo se anonadó a sí mismo tomando la condición de siervo, vemos que fue también obra del Hijo mismo. Probado esto, pasemos adelante. Acoged atentamente lo que, por su orden, sigue a continuación.
12. Probemos que también la pasión del Hijo fue obra tanto del Padre como del Hijo. Obre el Padre la pasión de Hijo: El cual no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros (Rm 8,32). Obre también el Hijo su pasión: El cual me amó y se entregó por mí(Ga 2,20). Entregó el Padre al Hijo y se entregó el Hijo a sí mismo. Esta pasión fue hecha para uno solo, pero fue obra de los dos. Por tanto, igual que el nacimiento, tampoco la pasión de Cristo fue obra del Padre sin el Hijo, ni del Hijo sin el Padre. Entregó el Padre al Hijo y se entregó el Hijo a sí mismo. ¿Qué hizo aquí Judas, a excepción del pecado? Dejemos también esto y pasemos a la resurrección.
13. Veamos que, en efecto, es el Hijo quien resucita, no el Padre, pero que la resurrección del Hijo es obra del Padre y del Hijo. Es obra del Padre: Por esto lo elevó de entre los muertos y le dio un nombre sobre todo nombre(Flp 2,9). Resucitó, pues, el Padre al Hijo, elevándole y despertándole de entre los muertos. Y el Hijo ¿se resucita acaso a sí mismo? Sí, en efecto. Del templo, tomado como figura de su cuerpo, dijo: Destruid este templo y en tres días lo levantaré de nuevo (Jn 2,19). Finalmente, dado que en la pasión está incluido el entregar la vida, así también en la resurrección el recuperarla; veamos, pues, si el Hijo entregó su vida efectivamente y se la devolvió el Padre, no él a sí mismo. Que se la devolvió el Padre, es cosa manifiesta. Pues, refiriéndose a ello, dice el salmo: Resucítame y les daré [lo merecido](Sal 40,11). ¿Por qué esperáis que diga yo que también el Hijo se devolvió la vida? Que lo diga él mismo: Tengo poder para entregar mi vida. Aún no he dicho lo que prometí; solamente he dicho: para entregar y ya habéis aclamado, porque vais más de prisa que yo. Instruidos en la escuela del maestro celeste, como quienes siguen con atención sus lecciones y con piedad muestran haberlas aprendido, no ignoráis lo que sigue: Tengo poder —dijo— para entregar mi vida y tengo poder para recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego y la recupero(Jn 10,18).
14. He cumplido mi promesa; he probado mis afirmaciones con los documentos solidísimos —como creo— de los testimonios [de la Escritura]. Retened lo que habéis oído. Lo repito brevemente, y os confío una cosa —según mi opinión, útil en extremo—, para que la guardéis en vuestras mentes. El Padre no nació de la Virgen; sin embargo, este nacimiento, de la Virgen, fue obra del Padre y del Hijo. El Padre no padeció en la cruz; sin embargo, la pasión del Hijo fue obra del Padre y del Hijo. El Padre no resucitó de entre los muertos; sin embargo, la resurrección del Hijo fue obra del Padre y del Hijo. Tenéis la distinción de las personas y la inseparabilidad en la acción. No digamos, entonces, que el Padre hace algo sin el Hijo, o algo el Hijo sin el Padre. ¿Acaso nos inquietan los milagros que hizo Jesús, como si él hubiese hecho algo que no hizo el Padre? ¿Y dónde queda: Pero el Padre que permanece en mí, él hace sus obras(Jn 14,10)? Lo que he dicho eran cosas claras; solamente había que decirlas.
Comprenderlas no causaba fatiga, pero había que preocuparse de recordarlas.
15. Quiero añadir todavía algo, para lo que requiero de verdad de vosotros una atención más viva y una súplica devota a Dios. En efecto, sólo los cuerpos están sometidos al espacio y ocupan lugar. La divinidad trasciende los lugares corpóreos. Nadie la busque como si residiera en un lugar. Está en todas partes, invisible e inseparable: no aquí más y allí menos, sino en todas partes en su totalidad, en ningún lugar dividida. ¿Quién ve esto? ¿Quién lo comprende? Pisemos el freno; recordemos quién habla y de qué habla. Cualquier cosa que sea lo que Dios es, esto o lo otro, créase piadosamente, medítese santamente, y en la medida que se nos conceda, en la medida que sea posible, compréndase aunque no sea posible expresarlo. Cesen las palabras, calle la lengua; despiértese y levántese hacia allí el corazón. Pues no es algo que suba al corazón del hombre (Cf 1Co 2,9), sino algo a lo que ha de subir el corazón del hombre. Miremos a la creación —a partir de la creación del mundo, lo invisible de él se hace perceptible a la inteligencia a través de lo que ha sido hecho— (Rm 1,20) por si en las cosas que hizo Dios, con las que tenemos un cierto trato habitual, encontramos alguna semejanza con que probar que existe algún conjunto de tres cosas, que se mencionan por separado, pero obran inseparablemente.
16. ¡Ea!, hermanos; manteneos con la máxima atención. Ved ante todo qué prometo, por si tal vez lo encuentro en una criatura, teniendo en cuenta de que el creador está muy por encima de nosotros. Y quizá alguno de nosotros, a quien el resplandor de la verdad haya deslumbrado la mente con una como especie de relámpago, pueda afirmar: Yo dije en mi arrobamiento. ¿Qué dijiste en tu arrobamiento? He sido arrojado lejos de tus ojos(Sal 30,23). Me parece que quien dijo esto levantó a Dios su alma y la derramó por encima de sí mismo; como se le preguntaba a diario ¿Dónde está tu Dios?(Sal 41,4), mediante cierto contacto espiritual alcanzó aquella luz inmutable, luz que no pudo soportar por la debilidad de su mirada, recayó de nuevo en su como enfermedad y debilidad, se comparó con la luz y experimentó que la mirada de su mente no podía todavía adecuarse a la luz de la Sabiduría de Dios. Y como esto le había sucedido en estado de arrobamiento, arrancado de los sentidos corporales y aupado hasta Dios, cuando en cierto modo fue revocado por Dios a su condición de hombre, exclamó: «Yo dije en mi arrobamiento. En ese arrobamiento vi no sé qué, que no pude soportar mucho tiempo, y devuelto a los miembros mortales y a los muchos pensamientos de los mortales procedentes del cuerpo que oprime al alma (Cf Sab 9,15), dije. ¿Qué dije? He sido arrojado lejos de tus ojos. Muy por encima de mí estás tú; muy por debajo de ti estoy yo». Entonces, ¿qué podemos decir, hermanos, de Dios? Si lo que quieres decir lo has comprendido, no es Dios; si pudiste como comprenderlo, has comprendido otra cosa en lugar de Dios. Si crees haberlo comprendido, te dejaste engañar por tu imaginación. Si lo has comprendido, entonces no es Dios; si en verdad se trata de él, no lo has comprendido. ¿Cómo, pues, quieres hablar de lo que no has podido comprender?
17. Veamos, pues, si tal vez encontramos algo en las criaturas con que probar la existencia de un conjunto de tres cosas que se manifiestan por separado, pero obran inseparablemente. ¿A dónde nos dirigiremos? ¿Al cielo para discutir sobre el sol, la luna y los astros? ¿O, acaso, a la tierra para especular, tal vez, sobre los frutales, los demás árboles y los animales que la llenan? ¿O hemos de pensar en el cielo mismo, o en la tierra misma, que contienen todo cuanto hay en cielo y tierra? ¡Oh hombre!, ¿hasta cuándo vas a estar girando en torno a las criaturas? Vuélvete a ti mismo, mírate a ti mismo, contémplate, examínate. Buscas en la criatura un conjunto de tres cosas que se manifiesten por separado y obren inseparablemente. Si lo buscas en una criatura, búscalo antes en ti mismo. ¿No eres también tú criatura? Buscas una semejanza, ¿vas, acaso, a buscarla en una bestia? Hablabas de Dios cuando te vino la idea de buscar una semejanza, hablabas de la Trinidad de majestad inefable. Pero como fracasaste [al buscarla] en las realidades divinas y confesaste con la debida humildad tu debilidad, te volviste a las realidades humanas. Investiga en ellas. ¿Buscas esa semejanza en una bestia? ¿La buscas en el sol? ¿En una estrella? ¿Cuál de estos seres fue hecho a imagen y semejanza de Dios? Con toda certeza, en ti puedes buscar algo que te es más conocido y mejor que esos seres. En efecto, Dios hizo el hombre a su imagen y semejanza(Cf Gn 1,26). Busca en ti mismo por si, tal vez, la imagen de la Trinidad tiene alguna huella de la Trinidad misma. Pero ¿qué imagen? Una imagen creada que dista mucho del modelo. Con todo, aunque diste mucho del original, una semejanza y una imagen. No como es imagen el Hijo, que es lo mismo que el Padre. Una cosa es la imagen que se reproduce en un hijo y otra la que se reproduce en un espejo. Mucho dista la una de la otra. En la persona de tu hijo, tú mismo eres tu imagen. Tu hijo es lo mismo que tú en cuanto a la naturaleza. En cuanto a la sustancia, es lo mismo que tú; en cuanto a la persona, es distinta de ti. El hombre no es, por tanto, una imagen como lo es el Hijo unigénito, sino que fue hecho según cierta imagen y a cierta semejanza. Por si puede encontrarlo, busque dentro de sí algo, incluidas tres realidades que se pronuncien por separado, pero que obren inseparablemente. Yo buscaré; buscad conmigo. No yo en vosotros o vosotros en mí, sino vosotros dentro de vosotros mismos, y yo dentro de mí. Busquemos conjuntamente y exploremos juntos hasta el final nuestra común naturaleza y sustancia.
18. Mira, ¡oh hombre!, y advierte si no es verdad lo que digo. —«¿Tienes cuerpo? ¿Tienes carne?» —«La tengo —dices—. Pues ¿de dónde me viene el ocupar un lugar, de dónde el moverme de un lugar a otro? ¿Con qué oigo las palabras de quien habla, sino con los oídos de la carne? ¿Con qué veo la boca de quien habla sino con los ojos de la carne?» La tienes; de ello hay constancia, y no hay por qué fatigarse mucho tiempo por una cosa manifiesta. Observa otra cosa; observa lo que obra a través de la carne. Pues oyes con el oído, pero no oyes desde el oído. Hay otro dentro que oye mediante el oído. Ves mediante el ojo; fíjate en él. ¿Conociste la casa y descuidaste al que mora en ella? ¿Acaso ve el ojo por sí mismo? ¿No es acaso otro quien ve por medio de él? No digo: «No ve el ojo de un muerto, de cuyo cuerpo consta que se fue quien lo habitaba»; lo que digo es que el ojo de quien está pensando en otra cosa no ve la cara de quien tiene ante sí. Vuelve, pues, la mirada a tu interior. En efecto, es allí sobre todo donde se ha de buscar la semejanza consistente en un conjunto de tres realidades que se manifiestan por separado, pero que obran inseparablemente. ¿Qué tiene tu espíritu? Tal vez, si me pongo a buscar, encuentre muchas cosas. Pero hay algo cercano [a lo que se busca], que se comprende más fácilmente. ¿Qué tiene tu alma dentro de sí? Te lo traigo a la memoria, recuérdalo. En efecto, no pido que se me crea lo que voy a decir; no lo aceptes si no lo descubres en ti. Centra tu mirada, pues. Pero antes consideremos lo que se me había pasado, a saber, si el hombre es imagen solamente del Hijo, o solamente del Padre, o del Padre y del Hijo y también, ya como consecuencia, del Espíritu Santo. Habla el Génesis: Hagamos —dice— al hombre a nuestra imagen y semejanza(Gn 1,26). No lo hace, pues, el Padre sin el Hijo, ni el Hijo sin el Padre. Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza. Hagamos; no dijo «Haga yo», o «Haz tú», o «Haga él», sino Hagamos. No a imagen «tuya» o «mía», sino nuestra.
19. Pregunto, por tanto, y hablo de algo muy desemejante. Que nadie diga: «Mira con qué ha comparado a Dios». Ya lo he dicho, ahora y antes; os puse sobre aviso y me mostré cauto. Son cosas tan distantes como el cielo y el abismo, lo inmutable y lo mutable, el creador y lo creado, lo divino y lo humano. He aquí, pues, mi primera recomendación: lo que voy a decir es algo muy distante. Que nadie me acuse. Para que no suceda que, tal vez, yo busque sus oídos y él prepare sus dientes, esto he prometido mostraros: un conjunto de tres cosas que se manifiestan por separado, pero obran inseparablemente. No trato ahora del grado de su semejanza o desemejanza con la Trinidad omnipotente. Lo cierto es que en una criatura ínfima y mudable encontramos tres cosas que se manifiestan por separado, pero obran inseparablemente. ¡Oh pensamiento carnal, oh conciencia obstinada e incrédula! ¿Por qué dudas de que exista en la Majestad inefable lo que has podido encontrar en ti mismo? Ved que digo, ved que pregunto: Hombre, ¿tienes memoria? Si no la tienes, ¿cómo has retenido lo que he dicho? Quizá ya has olvidado lo que dije antes. Pero este mismo dije, estas dos sílabas no las retendrías sino por la memoria. Pues ¿cómo sabrías que son dos si, al sonar la segunda, hubieras olvidado la primera? ¿Por qué, entonces, emplear más tiempo en esto? ¿Por qué me siento tan urgido, tan obligado a convencerte? Es evidente; tienes memoria. Pregunto aún: ¿Tienes entendimiento? —«Lo tengo», contestas. Si, pues, no tuvieras memoria, no retendrías lo que he dicho; si no tuvieras entendimiento, no reconocerías lo que has retenido en la memoria. Tienes, pues, también entendimiento. Aplicas tu entendimiento a lo que tienes dentro, y lo ves, y viéndolo te da forma, de modo que se considera que lo sabes. Busco una tercera realidad. Tienes memoria para retener lo que se [te] dice; tienes entendimiento para entender lo que retienes; respecto a estas dos cosas, te pregunto: —«El retener y el entender, ¿lo hiciste queriendo?» —«Ciertamente» —respondes—. —«Tienes, pues, voluntad». Estas son las tres realidades que había prometido que iba a señalar a vuestros oídos y mentes. Estas tres realidades, que se hallan en ti, que puedes contar y no puedes separar; estas tres: memoria, entendimiento y voluntad. Advierte que estas tres realidades —repito— se pronuncian por separado, pero obran inseparablemente.
20. El Señor nos asistirá; mejor, veo que nos asiste. En el hecho de haber entendido vosotros percibo esa asistencia. Por vuestros gritos advierto que, efectivamente, habéis entendido; doy por hecho que él os ayudará a entender todo. He prometido mostrar tres cosas que se manifiestan por separado y obran inseparablemente. Advierte que yo no sabía lo que había en tu espíritu; me lo mostraste al decir «la memoria». Esta palabra, este sonido, esta voz llegó desde tu espíritu hasta mis oídos. Pues esta palabra, a saber, «memoria», la pensabas en silencio, pero no la decías. Estaba en ti y aún no había venido a mí. Para que llegase a mí lo que estaba en ti, pronunciaste el nombre mismo, es decir, «memoria». Lo oí; oí estas tres sílabas que componen la palabra «memoria». Es un nombre de tres sílabas, es un sonido; sonó, llegó hasta mi oído y sugirió algo a mi mente. Lo que sonó pasó —de ahí el pasado «sugirió»—, pero lo sugerido permanece. Mas lo que quiero saber es esto: que al pronunciar el nombre «memoria», ves ciertamente que no corresponde sino a la memoria. Pues las otras dos realidades tienen sus nombres particulares. En efecto, una se llama entendimiento, no memoria; la otra voluntad, no memoria; solo a otra se la llama memoria. Mas para decir esto, para articular estas sílabas, ¿de qué te has servido? Este nombre que corresponde a solo a la memoria, lo ha obrado en ti la memoria para retener lo que decías; el entendimiento, para saber lo que retenías, y la voluntad, para proferir lo que sabías. ¡Gracias al Señor, Dios nuestro! Nos ha ayudado, tanto a vosotros como a mí. Sinceramente lo digo a Vuestra Caridad: lleno de miedo me había lanzado a discutir y manifestaros esto. Temía, en efecto, que, deleitando a los de ingenio más capaz, aburriera solemnemente a los más tardos. Ahora, en cambio, por vuestra atención en escuchar y rapidez en comprender, veo que no solamente habéis entendido lo dicho, sino que os anticipasteis a lo que iba a decir. ¡Gracias al Señor!
21. Mirad, pues. Depuesto ya el temor, os encarezco lo que habéis comprendido; no inculco algo desconocido, sino que, al repetirlo, encarezco lo percibido. Observad que, de las tres cosas, una sola he nombrado; de una sola he dicho el nombre: «Memoria» es el nombre de una de las tres realidades, y, sin embargo, el nombre de una sola de ellas es obra de las tres. No se pudo nombrar la sola «memoria» sin la acción de la voluntad, del entendimiento y de la memoria. No se puede pronunciar la sola palabra «entendimiento» sin la acción de la memoria, de la voluntad y del entendimiento; ni se puede decir «voluntad»sin la acción de la memoria, del entendimiento y de la voluntad. He explicado —pienso yo— lo que prometí: lo que he pronunciado por separado, lo he pensado inseparablemente. Cada uno de estos nombres fue obra de las tres facultades; sin embargo, cada uno de ellos, obra de las tres, no corresponde a las tres, sino a una sola. Fue obra de las tres el nombre «memoria»; pero éste no corresponde más que a la memoria. Fue obra de las tres el nombre «entendimiento», nombre que corresponde solamente al entendimiento. Fue obra de las tres el nombre «voluntad», pero no corresponde sino únicamente a la voluntad. Del mismo modo la carne de Cristo fue obra de la Trinidad, pero no pertenece más que a Cristo. Obra de la Trinidad fue la paloma que bajó del cielo, pero no corresponde sino únicamente al Espíritu Santo. Obra de la Trinidad fue la voz del cielo, pero esta voz pertenece al Padre solamente.
22. Por tanto, que nadie malintencionado intente urgir a un débil como yo; que nadie me diga: «Entonces, en relación con estas tres facultades que has mostrado que existen en nuestra mente o en nuestra alma, ¿cuál de ellas corresponde al Padre, esto es, guarda como una semejanza con el Padre, cuál al Hijo, cuál al Espíritu santo?» No puedo decirlo, no puedo explicarlo. Dejemos algo también para los que discurren, concedamos también algo al silencio. Entra dentro de ti mismo y apártate de todo ruido exterior. Vuelve la vista a tu interior, mira si tienes allí algún lugar retirado y grato para tu conciencia, donde no hagas ruido, donde no te querelles o pongas pleitos, donde no maquines disensiones o obstinación. Escucha la palabra con mansedumbre para entenderla. Tal vez llegarás a decir: Darás gozo y alegría a mi oído y exultarán los huesos, pero los humillados(Sal 50,10), no los enorgullecidos.
23. Basta, pues, haber demostrado un conjunto de tres realidades que se manifiestan por separado, pero obran inseparablemente. Si lo has encontrado en ti mismo, si lo has hallado en el hombre, si lo has advertido en una persona cualquiera que deambula por la tierra arrastrando un cuerpo frágil que oprime al alma(Cf Sab 9,15), cree entonces que el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo pueden manifestarse por separado mediante algunos signos visibles, mediante determinadas formas tomadas de las criaturas, y obrar inseparablemente. Basta con esto. No digo: «El Padre es la memoria, el Hijo el entendimiento, el Espíritu Santo la voluntad». No lo afirmo; de cualquier manera que se entienda, no me atrevo Dejemos lo más elevado para quienes lo comprenden; para los débiles, lo que los débiles pueden comprender. No digo que estas facultades hayan de ser como equiparadas a la Trinidad, que hayan de ser puestas en relación analógica, es decir, de cierta comparación; no es esto lo que afirmo. ¿Qué es, entonces, lo que digo? Mira: he descubierto en ti tres realidades que se manifiestan por separado, pero obran inseparablemente, y que el nombre de cada una de ellas ha sido obra de las tres, sin que, sin embargo, pertenezca a las tres, sino a una sola de las tres. Cree ya allí [en Dios] lo que no puedes ver, si lo has oído, visto y retenido aquí [en ti]. Lo que existe en ti puedes conocerlo; pero ¿cómo podrás conocer lo que existe en quien te creó, sea lo que sea? Y aunque llegues a poderlo, aún no puedes. Con todo, aunque se dé el caso, ¿podrás conocer tú a Dios como se conoce él mismo? Baste esto a Vuestra Caridad; lo que he podido, eso he dicho. He cumplido la promesa a quienes me la exigíais. Las restantes cosas que deberían añadirse para completar vuestro conocimiento, pedídselas al Señor.