Este Domingo todos los cristianos celebramos Pentecostés, pero los judíos ya celebraban Pentecostés mucho antes. Por supuesto nuestra razón y el significado es totalmente diferente a la de los judíos porque nosotros celebramos el cumplimento de las profecías expuesta en el antiguo testamento gracias a la venida del Espíritu Santo (Jeremías 31;31-34)
La fiesta judía de Pentecostés convocaba a todos los judíos devotos a Jerusalén para celebrar su nacimiento como pueblo elegido de Dios en la ley del pacto dada a Moisés en el monte Sinaí (véase Levítico 23: 15-21, Deuteronomio 16: 9-11). Esto significa que eran miles y miles las personas que venían a Jerusalén para la fiesta.
Hechos de los Apóstoles 2,1-11.Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar.
De pronto, vino del cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la casa donde se encontraban.
Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos.
Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía expresarse.
Había en Jerusalén judíos piadosos, venidos de todas las naciones del mundo.
Al oírse este ruido, se congregó la multitud y se llenó de asombro, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua.
Con gran admiración y estupor decían: “¿Acaso estos hombres que hablan no son todos galileos?
¿Cómo es que cada uno de nosotros los oye en su propia lengua?
Partos, medos y elamitas, los que habitamos en la Mesopotamia o en la misma Judea, en Capadocia, en el Ponto y en Asia Menor,
en Frigia y Panfilia, en Egipto, en la Libia Cirenaica, los peregrinos de Roma,
judíos y prosélitos, cretenses y árabes, todos los oímos proclamar en nuestras lenguas las maravillas de Dios”.
La entrega del Espíritu al nuevo pueblo de Dios corona los poderosos actos del Padre en la historia de la salvación a través de su hijo y ahora con la presencia de la tercera persona de la Trinidad.
El Espíritu sella la nueva ley y el nuevo pacto por Jesús que ahora están escritos no en tablas de piedra, sino en los corazones de los creyentes, como lo prometieron los profetas (véase Jeremías 31: 31-34, 2 Corintios 3: 2-8, Romanos 8: 2)
Romanos 8:2 Porque la ley del espíritu que da la vida en Cristo Jesús te liberó de la ley del pecado y de la muerte.
Romanos 3:2-8 Vosotros sois nuestra carta, escrita en nuestros corazones, conocida y leída por todos los hombres. Evidentemente sois una carta de Cristo, redactada por ministerio nuestro, escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne, en los corazones. Esta es la confianza que tenemos delante de Dios por Cristo. No que por nosotros mismos seamos capaces de atribuirnos cosa alguna, como propia nuestra, sino que nuestra capacidad viene de Dios, el cual nos capacitó para ser ministros de una nueva Alianza, no de la letra, sino del Espíritu. Pues la letra mata más el Espíritu da vida. Que si el ministerio de la muerte, grabado con letras sobre tablas de piedra, resultó glorioso hasta el punto de no poder los hijos de Israel fijar su vista en el rostro de Moisés a causa de la gloria de su rostro, aunque pasajera, ¡cuánto más glorioso no será el ministerio del Espíritu!
El Espíritu se revela como el aliento vivificante del Padre. Él hizo todas las cosas, como se canta en el Salmo 104:1,24,29-31,34.
Al principio de la narración se nos dice que el Espíritu vino como un viento poderoso que barría la faz de la tierra (ver Génesis 1: 2). Y en la nueva creación de Pentecostés, el Espíritu viene de nuevo como un fuerte viento para renovar la faz de la tierra.
Así como Dios creó al primer hombre del polvo y lo llenó con Su Espíritu, así también el Nuevo Adán (Jesus) nos da su Espíritu vivificante, dando nueva vida a los Apóstoles
Génesis 2:17 Así como Adam fue creado del polvo y lleno del soplo que venia del espíritu de Dios; el nuevo Adam (Jesus) nos da el soplo de vida a su Iglesia.
1 corintios 15: 45-47 En efecto, así es como dice la Escritura: Fue hecho el primer hombre, Adán, alma viviente; el último Adán, espíritu que da vida. Mas no es lo espiritual lo que primero aparece, sino lo natural; luego, lo espiritual. El primer hombre, salido de la tierra, es terreno; el segundo, viene del cielo.
Como el hombre terreno, así son los hombres terrenos; como el celeste, así serán los celestes, Como un río de agua viva, para todas las edades derramará Su Espíritu sobre Su cuerpo, la Iglesia, como escuchamos en la Epístola de hoy (véase también Juan 7: 37-39).
Tu y yo recibimos ese mismo Espíritu en los sacramentos, convirtiéndonos en una nueva creación. Somos los primeros frutos de una nueva humanidad formada de todas las naciones bajo el cielo, sin distinciones de riqueza o lenguaje o raza. Somos un pueblo nacido del espíritu.
El catecismo del La iglesia Católica numeral 1304 dice:
“La Confirmación, como el Bautismo del que es la plenitud, sólo se da una vez. La Confirmación, en efecto, imprime en el alma una marca espiritual indeleble, el «carácter» (DS 1609), que es el signo de que Jesucristo ha marcado al cristiano con el sello de su Espíritu revistiéndolo de la fuerza de lo alto para que sea su testigo” (Lc 24: 48-49).
En Juan 20:19-23 vemos como este Espíritu que contiene la autoridad del Padre Dios es dado por Jesus a los Apóstoles dándole el poder para atar y desatar (la Iglesia y sus sacerdotes).
Luego de este mandato de parte de Jesus vemos como los apóstoles ejercían su orden sacerdotal y su título de Obispo.
Hechos. 8: 15-17;19: 5-6 Al enterarse los Apóstoles que estaban en Jerusalén de que Samaria había aceptado la Palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan. Estos bajaron y oraron por ellos para que recibieran al Espíritu Santo; pues todavía no había descendido sobre ninguno de ellos; únicamente habían sido bautizados en nombre del Señor Jesús. Entonces les imponían las manos y recibían al Espíritu Santo”.
Pidamos al Espíritu Santo que nos ilumine, nos guie y nos ayude a discernir lo que está bien y está mal y que sea El nuestro consuelo y alegria y no los engaños de este mundo.