¨Jerusalén subsistió hasta su venida y a continuación cesaron en Israel el profeta y la visión. En el pasado fueron ungidos David, Salomón y Ezequías, pero Jerusalén y el lugar santo subsistían y los profetas profetizaban, Gad, Asaf, Nata-In, y tras ellos Isaías, Oseas, Amós y otros. Por otro lado, los que eran ungidos eran llamados hombres santos, pero no Santos de los santos. Pero si ellos presentan como objeción la cautividad y a causa de ella afirman que Jerusalén no existía ya, ¿qué dirán de los profetas? Cuando el pueblo descendió a Babilonia, estaban allí Daniel y Jeremías, y Ezequiel, Ageo y Zacarías profetizaban.
Es, pues, pura invención de los judíos el referir al porvenir la época presente.
¿Cuándo cesaron en Israel el profeta y la visión, sino ahora cuando apareció el Santo de los santos, el Cristo?
Hay en ello un signo y una marca considerable de la presencia del Verbo de Dios: Jerusalén ya no subsiste, ningún profeta surge ya, ninguna visión les es revelada; y es completamente justo que sea así. En efecto, cuando viene el que es anunciado por los signos, ¿qué necesidad hay ya de signos? Cuando aparece la verdad, ¿qué necesidad hay ya de sombras? Por esto los profetas han hablado hasta que vino la justicia misma y el que redimía los pecados de todos. Por esto Jerusalén ha subsistido durante tan largo tiempo, para que los judíos meditasen en ella las figuras de la verdad. Pero ahora que ha venido el Santo de los santos, es precisamente cuando se ha puesto el sello a la visión y a la profecía y cuando el reino de Jerusalén ha cesado. Los reyes fueron ungidos entre ellos solamente hasta que fuese también ungido el Santo de los santos. Moisés profetizó que el reino de Jerusalén duraría hasta su venida, cuando dijo: El príncipe no se alejará de Judá ni el caudillo de sus lomos, hasta que venga quien le está reservado y es la esperanza de las naciones (Génesis 49:10). También el Salvador mismo lo proclamaba, cuando decía: La ley y los profetas han profetizado hasta Juan (Mateo 11:13).
Así pues, si ahora hay todavía entre los judíos un rey o un profeta o una visión, tienen razón para negar que Cristo haya venido; pero si no hay ya ni rey ni visión, si toda profecía está sellada para siempre, y si la ciudad y el templo han sido destruidos, ¿por qué son tan impíos y tan malvados que no ven lo que ha sucedido y niegan que Cristo ha hecho todo esto? ¿Por qué cuando ven que los gentiles abandonan sus ídolos y que mediante Cristo reponen su esperanza en el Dios de Israel, ellos en cambio niegan a Cristo, nacido según la carne de la raíz de Jessé y que reina desde entonces? Si los gentiles adoraran a otro dios, sin confesar al Dios de Abraham, de Isaac, de Jacob y de Moisés, los judíos tendrían razón en pretextar que Dios no había venido…” (La Encarnación Del Verbo por San Atanasio).
En los párrafos anteriores, San Atanasio utilizando las Sagradas Escrituras y los signos de los tiempos, responde a la pregunta de porque en Jerusalén no hay más profetas y visiones. Además de probar con las Sagradas Escrituras, que es por causa de Cristo, también nos enseña, como en Cristo, todos los pueblos del mundo pagano, han comenzado a creer en el Dios de Abraham. Vemos aquí entonces dos promesas cumplidas. Dios le hizo a la nación de Israel, la promesa, que de ellos vendría la salvación de todas las naciones (Isaías 55:5) y mostrado por el numero masivo de pueblos que se volvieron a Dios, se puede decir sin duda que ya se está cumpliendo. La segunda promesa fue a través de Moisés que profetizó que el reino de Jerusalén duraría hasta su venida y viendo la falta de signos, visiones y profecías justo después de Cristo en el pueblo judío sabemos sin dudad que se ha cumplido.
Esto significa que ya no hay necesidad de grandes señales y prodigios, como fueron necesario antes de la venida del Señor, porque lo más grande, lo que es incalculable, ya se nos ha dado, a través de Jesús, el Cristo, el Mesías esperado.
En Cristo, Luis Roman
Santa María ora pro nobis
Recursos
- Génesis 49: 10.
- Mateo 11, 13.
- La encarnación del Verbo VII, 39-40 113 de San Atanasio