La Santísima Trinidad siempre obra y ha obrado en continuidad. Las tres Divina Personas, son la realidad que llamamos Dios. El Padre, El Hijo y El Espíritu Santo, se aman inmensamente y comparten una unidad que tú y yo no podemos entender. Donde esta uno, están los otros dos.
Cuando se percibe una contradicción, entre el Padre y el Hijo o el Espíritu Santo y el Hijo, quiere decir, que no estamos interpretando correctamente, lo que nuestro Dios Trino, quiere darnos y nos pide que hagamos. El Dios del Antiguo Testamento, es el mismo Dios hecho hombre, en la persona de Jesus en el Nuevo Testamento y el Espíritu Santo, es el mismo Dios obrando a través de su Iglesia. Las épocas, circunstancias y medios son diferentes, pero sigue siendo el mismo Dios omnipresente y omnipotente, que no se equivoca y por consecuencia no cambia de opinión.
Es por esto que en el Evangelio de San mateo en el Capítulo 5:17 Jesus dice “No he venido a abolir la Ley sino a darle plenitud.” El Nuevo Testamento es el cumplimento del Antiguo Testamento y le Nuevo siempre estuvo escondido en el Antiguo.
Sobre esto San Agustín nos dice:
“La gracia, antes velada en el Antiguo Testamento, ha sido revelada plenamente en el evangelio de Cristo por una disposición armoniosa de los tiempos, tal como Dios tiene por costumbre disponer armoniosamente todas las cosas… Pero, dentro de esta admirable armonía uno constata una gran diferencia entre dos épocas. En el Sinaí, el pueblo no se atrevía acercarse al lugar donde el Señor dio su Ley. En el cenáculo, el Espíritu Santo desciende sobre aquellos que se habían reunido esperando el cumplimiento de la promesa (cf Ex 19,23; Hch 2,1). Antes, el dedo de Dios había grabado sus leyes sobre tablas de piedra; ahora la ha escrito en los corazones de los hombres (2Cor 3,3). Antes, la Ley estaba escrita por fuera e inspiraba miedo a los pecadores; ahora, les es dada interiormente para justificarlos… En efecto, como lo dice el apóstol Pablo, todo lo que está escrito en tablas de piedra: -No cometerás adulterio, no matarás, no codiciarás-, y otras cosas semejantes se resumen en el único mandamiento: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Lev 19,18). El amor al prójimo no hace mal a nadie. La plenitud de la Ley es el amor (Rm 13, 9-10)… Este amor ha sido “derramado en vuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado” (Rm 5,5).”
Del espíritu y la letra, 28-30; PL 33, 217ss (San Agustín)
En Cristo; Luis Roman
Santa María ora pro nobis