《San Francisco afirmaba: “Mi mejor defensa contra los ataques y las maquinaciones del enemigo sigue siendo el espíritu de alegría. El diablo nunca está más contento que cuando ha logrado quitar la alegría del alma de un servidor de Dios. El enemigo siempre tiene una reserva de polvo para insuflar en la conciencia por algún resquicio, para convertir lo puro en opaco. En cambio, intenta en vano introducir su veneno mortal en un corazón rebosando de gozo. Los demonios no pueden nada con el servidor de Cristo rebosando de santa alegría, mientras que una alma pesarosa y deprimida se deja fácilmente inundar por la tristeza y acaparar por falsos placeres. Por esto, San Francisco se esforzaba por mantener siempre un corazón alegre, conservar el óleo de la alegría con el que su alma había sido ungida. (Sal 44,8) Tenía sumo cuidado en desechar la tristeza, la peor de las enfermedades, y cuando se daba cuenta que empezaba a infiltrarse en su alma, recorría de inmediato a la oración. “En la primera turbación,” decía él, “el servidor de Dios se levante, se ponga en oración y permanezca ante el Padre hasta que éste le haya devuelto la alegría de saberse salvado.” (Sal 50,14)… He visto con mis propios ojos como a veces recogía algún trozo de leña del suelo, ponerlo sobre su brazo izquierdo y rasgarlo con una varilla como si tuviera entre manos el arco de una viola. Imitaba así el acompañamiento de las alabanzas que cantaba al Señor en francés》. Tomás de Celano (c. 1190-c. 1260) biógrafo de San Francisco y de Santa ClaraVita Secunda