“Al comienzo Dios confió la tierra y sus recursos a la administración común de la humanidad para que tuviera cuidado de ellos, los dominara mediante su trabajo y se beneficiara de sus frutos” (Génesis 1:26-29)
El tener bienes no es pecado, al contrario, es bueno y querido por Dios. El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice “La apropiación de bienes es legítima para garantizar la libertad y la dignidad de las personas, para ayudar a cada uno a atender sus necesidades fundamentales y las necesidades de los que están a su cargo. Debe hacer posible que se viva una solidaridad natural entre los hombres” (numeral 2402).
Debido al pecado original el hombre ha cambiado este medio; que debería de ser para la salvación del alma y lo ha convertido en su fin primordial. La avaricia puede convertirse en un Dios y hasta ocupar el lugar de Él.
El problema con tener las riquezas en primer lugar, es que el hombre se inventa sus supuestas necesidades. “Es que tengo que tener un mejor carro”, “Mi familia merece lo mejor”, “Lo hago por amor”, “Ellos merecen lo que yo no tuve”, “Es que trabajando muestro mi amor”, “No tengo tiempo, tengo que trabajar” …etc.
En vez del trabajo, los recursos económicos y el dinero servirle al hombre; el hombre vive y sirve al trabajo y al dinero. Esto lo convierte en un esclavo segado que piensan que están alcanzando su libertad.
Segundo problema, es el como adquiere estas riquezas o comodidades. ¿Cuál es el precio? Puede ser que lo haga de una forma ilegal o deshonesta o por el contrario, que sea de una manera correcta; pero el hecho de que se encuentre, abandonando a Dios y a la propia familia; por quien supuestamente trabaja, transforma este acto que parece bueno, en algo negativo, en algo malo.
¿Cuántas horas le dedicas al trabajo? ¿Cuantas horas le dedicas a la familia? ¿Cuantas horas le dedicas a Dios?
Supuestamente decimos que Dios es el primero, pero cuando hacemos la matemática, nos damos cuenta, que es a Él, a quien menos le dedicamos tiempo.
No olvidemos las pablaras de Cristo al joven rico, “déjalo todo y sígueme” (Mt 19,21). No podemos amontonar tesoro aquí en la tierra. Estamos llamados a la caridad y si Dios nos ha dados recursos, son para ponerlos al servicio de Dios.
“En verdad os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos hermanos míos, aun a los más pequeños, a mí lo hicisteis” (Mt 25,40).
Estamos llamados a dar al necesitado, a ayudar a instituciones católicas, a aportar con nuestros bienes financieros para la educación de otros y tenemos el deber de evangelizar o sea de dar a Cristo con palabras, pero también con bienes materiales. Jesus es la mejor riqueza que podemos compartir. Todo esto lo hacemos por nuestra Santidad para la Gloria de Dios, porqué solo desprendiéndonos de lo material, caminamos el camino de la perfección. Haciendo esto, mostramos a los que nos rodean, ese camino en el cual vamos andando.
No olvides que las riquezas no son malas, pero no pueden ser el Fin. Ellas son un medio para poder alcanzar la santidad, a través de la caridad y del desprendimiento. Comienza con tu familia y con los más cercanos. No olvides trabajar por las cocas eternas y no tan solo por las pasajeras
En Cristo; Luis Roman
Santa María ora pro nobis