Juan interroga a Jesús desde la prisión en el Evangelio de hoy, por el bien de sus discípulos y por el nuestro.
Él sabe que Jesús está haciendo “las obras del Mesías”, predicho en la Primera lectura y el Salmo de hoy. Pero Juan quiere que sus discípulos, y nosotros, sepamos que el juez está en la puerta, que en Jesús nuestro Dios ha venido a salvarnos.
La Liturgia del Adviento nos lleva al desierto para ver y escuchar las maravillosas obras y palabras de Dios: los cojos saltando como un ciervo, los muertos resucitados, las buenas nuevas predicadas a los pobres (ver Isaías 29: 18–20; 61 : 1–2).
La Liturgia hace esto para darnos coraje, fortalecer nuestras manos débiles y fortalecer nuestras rodillas débiles. Nuestros corazones pueden asustarse y agobiarse fácilmente por las dificultades que enfrentamos. Podemos perder la paciencia en nuestros sufrimientos mientras esperamos la venida del Señor.
Como Santiago aconseja en la Epístola de hoy, debemos tomar como ejemplo a los profetas que hablaron en el nombre del Señor.
Jesús también nos señala a un profeta, sosteniendo a Juan como modelo. Juan sabía que la vida era más que comida, el cuerpo más que ropa. Primero buscó el reino de Dios, confiado en que Diosproporcionaría (véase Mateo 6: 25–34).
Juan no se quejó. No perdió la fe. Incluso encadenado en su celda de la prisión, todavía enviaba a sus discípulos, y a nosotros, a nuestro Salvador.
Venimos a Él nuevamente ahora en la Eucaristía. Ya ha causado que el desierto florezca, las arenas ardientes se conviertan en manantiales de agua viva. Él ha abierto nuestros oídos para escuchar las palabras del libro sagrado, liberó nuestra lengua para llenar el aire con canciones de acción de gracias (ver Isaías 30:18).
Una vez postrados, cautivos al pecado y a la muerte, hemos sido rescatados y devueltos a Su Reino, coronados con gozo eterno. Levantados ahora estamos ante Su altar para encontrarnos con Aquel que ha de venir: “Aquí está tu Dios”.
Autor Scott Hahn
Para ver Meditacion en YouTube: https://youtu.be/4pcIHtl7PZc
