Homilía de San Gregorio, Papa (Texto del Evangelio Lucas. 8, 4-15 luego de la Homilía)
La lección del Santo Evangelio que habéis oído, no necesita de exposición alguna, sino más bien de admonición. Pues la humana flaqueza no debe presumir, explicar lo que Verdad por si misma expuso. Pero en esta misma exposición hecha por el Señor encontramos algunas cosas que las debemos considerar atentamente. A la verdad que si nosotros os dijésemos que la semilla significa la palabra, el campo el mundo, las aves los demonios, y las espinas las riquezas quizá vuestra mente vacilaría en darnos crédito. Por eso el mismo Señor se dignó por sí mismo exponer lo que decía, para que supierais inquirir el significado de las cosas, en aquellas que por si mismo no quiso explicar.
Exponiendo, pues, lo que había dicho, manifestó que hablaba figuradamente, y con ello también quiso moveros a darnos crédito cuando nosotros os descubrimos el sentido figurado de sus palabras. Pues a la verdad, ¿Quién a mi jamás me creería, si quisiera interpretar por espinas a las riquezas, y tanto más cuanto aquellas punzan y estas deleitan?Y con todo son espinas, porque con la punzadas de sus cuidados destrozan el alma, y al inducir al pecado, como hiriendo ensangrientan. Por lo cual, en este mismo lugar, según el testimonio de otro evangelista, el Señor no las llamo tan sólo riquezas, sino falsas riquezas.
Son mentirosas, porque no pueden permanecer por mucho tiempo con nosotros, son mentirosas, porque no satisfacen la indigencia de nuestra alma.
Solamente son verdaderas riquezas las que nos enriquecen con las virtudes. De consiguiente, hermanos carísimos si deseáis ser ricos, amad las verdaderas riquezas. Si deseáis los más elevados honores, procurad el reino celeste. Si amáis las glorias de las dignidades, apresuraos para ser inscritos en la suprema asamblea de los Ángeles. Las palabras del Señor, que percibís con los oídos, retenedlas en la mente. Pues el alimento del alma es la palabra de Dios. Si no permanece en nuestra memoria, cuando la hemos escuchado es como el alimento que el estómago enfermo rechaza. Y vosotros sabéis muy bien que se desconfía de la vida de cuantos no retienen el alimento.
Evangelio. Lucas 8, 4-15
– En aquel tiempo se reunía mucha gente en torno a Jesús y al pasar por los pueblos, otros se iban añadiendo. Entonces les dijo esta parábola: Salió el sembrador a sembrar su semilla. Al sembrarla, algo cayó al borde del camino, lo pisaron, y los pájaros del cielo se lo comieron. Otro poco cayó en terreno pedregoso, y al crecer se secó por falta de humedad. Otro poco cayó entre zarzas, y las zarzas, creciendo al mismo tiempo, lo ahogaron. El resto cayó en tierra buena, y al crecer dio fruto al ciento por uno. Dicho esto, exclamó: El que tenga oídos para oír, que oiga. Entonces le preguntaron sus discípulos: ¿Qué significa esta parábola? Y Él les respondió: A vosotros se os ha concedido conocer los misterios del Reino de Dios; a los demás, en parábolas, para que viendo no vean y oyendo no entiendan. El sentido de la parábola es éste: La semilla es la Palabra de Dios. Los del borde del camino son los que escuchan, pero luego viene el diablo y se lleva la Palabra de sus corazones, para que no crean y se salven. Los del terreno pedregoso son los que, al escucharla, reciben la Palabra con alegría, pero no tienen raíz; son los que por el momento creen, pero en el momento de la prueba fallan. Lo que cayó entre las zarzas son los que escuchan, pero con los afanes y riquezas y placeres de la vida, se van ahogando y no maduran. Lo de la tierra buena son los que con un corazón noble y bueno escuchan la Palabra, la guardan y perseveran hasta dar fruto.