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Meditacion para el Domingo de Sexagésima por San Antonio De Padua

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Sermón a los predicadores

1.‑ “Salió el sembrador a sembrar su semilla” (Lc 8, 5).

Dice Isaías a los predicadores: “¡Felices ustedes que siembran sobre las aguas!” (32, 20). Las aguas, como dice Juan en el Apocalipsis (17, 15), son los pueblos, de los que escribe Salomón: “Todos los ríos salen del mar, y al mar regresan” (Ecle 1, 7).

Observa que hay una doble amargura: la del pecado original y la de la muerte corporal. Todos los ríos, pues, o sea, todos los pueblos, salen del mar, o sea, de la amargura del pecado original. Dice David: “Tú ves que en el pecado me concibió mi madre” (Sal 50, 7); y asimismo el Apóstol: “Todos nacimos hijos de la ira” (Ef 2, 3). Y todos vuelven al mar, o sea, a la amargura de la muerte corporal Dice el Eclesiástico: “¡Qué yugo más pesado se pone sobre los hijos de Adán, desde el día en que salen del seno materno!” (40, 1). Y también: “oh muerte, ¡qué amargo es tu pensamiento!” (Ecli 41, 1). Al referirse a estos dos hechos, dice el Señor al pecador: “Eres tierra” por la impureza de la concepción, “y a la tierra regresarás” con la destrucción de tu cuerpo” (Gen 3, 19). ¡Felices, pues, ustedes, que siembran sobre las aguas!

“La semilla”, como dice el evangelio de hoy, “es la palabra de Dios”. Entonces, para merecer ser bendecido entre los bienaventurados, yo sembraré sobre ustedes en el nombre de Jesucristo, el cual “salió del seno del Padre y vino al mundo, para sembrar su semilla” (Glosa), porque uno solo y el mismo es el Dios del Nuevo y del Antiguo Testamento, Jesucristo, el Hijo de Dios. Dice Isaías: “Yo mismo el que te hablaba, ahora aquí estoy “ (52, 6). Yo que hablaba a los padres por medio de los profetas, ahora estoy presente con la realidad de la Encarnación. Por eso, para honor del único Dios y para utilidad de los oyentes, vamos a poner de acuerdo a los dos Testamento, confiando en la gracia que Dios nos dará. Digamos, pues: “El sembrador salió a sembrar su semilla”.

2.‑ En este domingo se lee en la iglesia el evangelio del sembrador y de la semilla; se proclama y se canta la historia de Noé y de la construcción de su arca; y en el introito de la misa se canta: “Levántate, ¿por qué duermes, Señor?”. Y se lee la epístola del bienaventurado Pablo a los corintios: “Ustedes soportan fácilmente a los necios”. Entonces, en el nombre del Señor, todo esto vamos a ponerlo de acuerdo.

En el pasaje evangélico de hoy, debemos destacar seis cosas muy importantes: el sembrador y la semilla, el camino y la piedra, las espinas y la buena tierra. Y en la historia bíblica hay otras seis cosas: Noé y el arca. Esta tenía cinco sectores: el primero para los excrementos, el segundo para los víveres, el tercero para los animales feroces, el cuarto para los animales domésticos, el quinto para los hombres y las aves. Pero, presta mucha atención: en esta concordancia el cuarto y el quinto sector serán considerados como uno solo.

El arca de Noé y la Iglesia de Cristo

3.‑ El sembrador es Cristo, o su predicador; la semilla es la palabra de Dios; el camino representa a los lujuriosos; la piedra, a los falsos religiosos; las espinas, a los avaros y a los usureros; la buena tierra, a los penitentes y a los justos. Y que todo esto corresponda a verdad, lo vamos a probar con las citas bíblicas.

El sembrador es Cristo. En el Génesis puedes leer: “Isaac sembró en la tierra de Gerar y en el mismo año cosechó el céntuplo” (26, 12). “Isaac” se interpreta “gozo”, y es figura de Cristo, que es el gozo de los santos, los que ‑como dice Isaías‑ “alcanzarán gozo y alegría” (35, 10): gozo por la humanidad glorificada de Cristo, alegría por la visión de toda la Trinidad. Este nuestro Isaac sembró en la tierra de “Gerar”, que se interpreta “morada”, y es una figura de este mundo, del que dice el Profeta: “¡Ay de mí! ¡Mi morada, o sea, mi peregrinación, se prolongó” (demasiado)! (Salm 119, 5). En esta tierra de Gerar, o sea, en este mundo, Cristo sembró tres especies de semillas: la santidad de su vida ejemplar, la predicación del reino de los cielos, la realización de los milagros.

“Y en aquel mismo año cosechó el céntuplo”. Observa que toda la vida de Cristo es llamada “año del perdón y de la misericordia”. Como en el año hay cuatro estaciones: el invierno, la primavera, el verano y el otoño, así en la vida de Cristo hubo el invierno de la persecución de Herodes, por cuya causa huyó a Egipto. Hubo la primavera de la predicación, y entonces “aparecieron las flores” (Cant 2, 12), o sea, las promesas de la vida eterna; y “en nuestra tierra se oyó la voz de la tórtola”, o sea, la voz del Hijo de Dios: “Hagan penitencia, porque el reino de Dios está cerca” (Mt 4, 7,. Hubo el verano de la pasión, de la que dice Isaías: “Con su espíritu de rigor meditó para el día del ardor” (27, 8). Cristo, para el día del ardor, o sea, de su Pasión, con su espíritu de rigor, o sea, inflexible en sufrir la pasión, mientras colgaba de la cruz, meditó cómo pudiera derrotar al diablo, arrancar de su poder al género humano, y a los pecadores obstinados infligirles la pena eterna. Por esto decía también el Profeta: “Establecí en mi corazón el día de la venganza” (63, 4). Y hay, en fin, el otoño de su resurrección, por la cual, aventadas las pajas del sufrimiento y el polvo de la mortalidad, su humanidad, unida al Verbo, gloriosa e inmortal, fue colocada en la habitación de las provisiones, es decir, a la derecha de Dios Padre. Con razón, pues, se dice que “en el mismo año cosechó el céntuplo”, es decir, eligió a los apóstoles, a los cuales prometió: “Ustedes recibirán el céntuplo” … o también, el céntuplo, o sea, la centésima oveja, o sea, el género humano, al que con gozo, en sus brazos clavados en la cruz, llevó a la asamblea de los nueve órdenes de ángeles.

Ahora, ya sabes con certeza que el sembrador es Cristo.

4.‑ Este es también el Noé, al que dijo el Padre: “Haz para ti un arca con tablas cepilladas; en el arca dispondrás pequeñas celdas; la calafatearás con brea por dentro y por fuera. Estas serán sus medidas: la longitud del arca será de trescientos codos; el ancho, de cincuenta codos; y la altura, de treinta codos.

Noé se interpreta “reposo”, y es figura de Jesucristo, quien dice en el evangelio: “vengan a mí, todos los que se cansaron” en Egipto, en el lodo de la lujuria y en el ladrillo de la avaricia; y si están agobiados bajo el yugo de la soberbia, yo les haré reposar. “El ‑‑corno se dice en el Génesis‑ nos servirá de consuelo en medio de nuestro trabajo y del cansancio de nuestras manos, en una tierra maldecida por Dios” (5, 29).

A El le dijo el Padre: “Haz para ti un arca”. El arca es la iglesia. Salió, pues, Cristo a sembrar su semilla; salió también para construir su iglesia, “<‑‑on tablas cepilladas”, o sea, con santos, puros y perfectos; y la calafateó con la brea de la misericordia y de la bondad, “por dentro” con el afecto, y “por fuera” mediante el ejercicio de las obras. Su longitud es de trescientos codos a motivo de los tres órdenes que existen en ella, o sea, Noé, Daniel y Job, que representan a los prelados, a los castos y a los cónyuges. El ancho de cincuenta codos se refiere a les penitentes de la misma iglesia. En efecto, en el quincuagésimo día después de Pascua, a los apóstoles se les infundió la gracia por medio del Espíritu Santo; y en el salmo 50 ‑“¡ Piedad de mí, Señor, en tu bondad!”‑, a los penitentes se les promete el perdón de los pecados. La altura de treinta codos se refiere también a los rieles de la misma iglesia, por su fe en la Santa Trinidad. Salió, pues, Cristo del seno del Padre y vino al mundo para sembrar y para construir su iglesia, en la cual se conservará una semilla que no se marchita, sino destinada a durar por los siglos de los siglos.

5.‑ Sigue el discurso sobre la semilla. “La semilla es la palabra de Dios”, de la cual dice Salomón en el Eclesiastés: “Esparce de buena mañana tu semilla” (11, 6). De buena mañana, o sea, en el tiempo de la gracia, que ahuyenta las tinieblas del pecado, oh predicador, esparce la semilla de la palabra, que es tu semilla, porque está confiada a ti. Y observa con cuánta propiedad la palabra de Dios sea llamada semilla. Como la semilla, sembrada en tierra, germina y crece ‑ante todo, como dice el Señor en Marcos, produce la hierba, después la espiga, y en fin en la espiga el grano pleno (4, 28)‑, así la palabra de Dios, sembrada en el corazón del pecador, ante todo, produce la hierba de la contrición, de la que se dice en el Génesis: “Germine la tierra, o sea, la mente del pecador, “hierba verde”, o sea, la contrición; después la espiga de la confesión, que se dirige hacia lo alto mediante la esperanza del perdón; en fin, el grano pleno de la satisfacción, de la que dice el Profeta: “Los valles”, o sea, los humildes penitentes, “abundarán con el trigo” de la plena satisfacción (Salm 64, 14), para que la penitencia sea proporcionada a la culpa. Con toda razón, pues, se dice: “Salió el sembrador a sembrar su semilla”.

6.‑ Pero no todos creen “ni todos obedecen al Evangelio” (Rom 10, 16); por eso continúa: “Y mientras sembraba, parte de la semilla cayó al borde del camino y fue pisoteada, y las aves del cielo se la comieron” (Lc 8, 5). El primer sector del arca estaba reservado a la recolección de los excrementos. Entonces el camino pisoteado y el sector de los excrementos son figuras de los lujuriosos. Dice Salomón en el Eclesiástico: “La mujer impúdica es como suciedad de la calle” (9, 10), E Isaías clama contra los lujuriosos: “Hiciste de tu cuerpo como tierra y camino para los viandantes” (51, 23), es decir, para los demonios que, mientras pasan, pisotean la semilla para que no germine. Y de nuevo dice Isaías: “Con los pies será pisoteada la corona de soberbia de los borrachos de Efraím” (28, 3). Efraím se interpreta “fructífero”, e indica la abundancia de las cosas temporales. Los borrachos son los lujuriosos, embriagados con el cáliz de oro de Babilonia, es decir, con la abundancia material. La corona de soberbia en la cabeza es un orgulloso pensamiento en una mente corrupta. Este pensamiento es pisoteado por los pies de los demonios, cuando de pensamiento de mente corrupta llega a la embriaguez de la lujuria; y de esa manera, en tierra maldita, la semilla del Señor no puede germinar.

Los mismos demonios son llamados “aves”, a motivo de la soberbia, “del cielo”, o sea, del aire en el cual habitan. Ellos arrebatan la semilla del corazón del lujurioso y la devoran, para que no fructifique. Dice Oseas: “Los extranjeros”, o sea, los demonios, “devoraron su fuerza” (7, g), o sea, la fuerza de la divina palabra. Y observa que no dice “por el camino”, sino que “al borde del camino” cayó la semilla, porque el lujurioso no acoge la palabra dentro del oído del corazón, sino como un sonido que roza superficialmente el oído del cuerpo.           

Los lujuriosos son el sector de los desechos, que “se pudrieron como jumentos en su bosta” (Jn 1, 17). De ellos dice el Salmo: “Ellos perecieron en Endor”, que se interpreta “fuego de la generación”, o sea, en el ardor de la lujuria, “llegaron a ser como el estiércol de la tierra” (Salm 82, 11). Y observa que de este estiércol de la tierra nacen cuatro gusanos: la fornicación, el adulterio, el incesto, el pecado contra natura.

La fornicación, o relación entre dos personas solteras, es pecado mortal; y se dice fornicación, o sea, matanza de la forma, o sea, muerte del alma, formada a imagen de Dios. El adulterio se llama así, porque es como el acceso al tálamo ajeno (ad alterius tirum). El incesto es el abuso de los consanguíneos o de los afines. El pecado contra natura se comete derramando el semen de cualquier manera, fuera del órgano de la concepción, o sea, del órgano de a mujer. Todos los que se manchan con estos pecados son camino pisoteado por los demonios y sector de las inmundicias. Y por esto la semilla de la palabra divina en ellos se pierde; y lo que fuere sembrado, lo arrebata el diablo.

7.‑ Sigue: “Parte de la semilla cayó sobre la piedra y, después que brotó, se secó por falta de humedad” (Lc 8, 6). El segundo sector en el arca de Noé fue la despensa de las provisiones. La piedra y la despensa son figuras de los falsos religiosos: piedra, porque se glorían de la sublimidad de su vid religiosa; y despensa, porque venden las obras de su vida por el dinero de b alabanza humana.

Dígase, pues: “Una parte cayó sobre la piedra”, de la cual habla el profeta Abdías, clamando contra el religioso soberbio: “La soberbia de tu corazón 9 te ensalzó a ti, que habitas en las hendiduras de la piedra” (1, 3). La soberbia deriva de super eo, o sea, voy arriba, porque el soberbio va por encima sí mismo. oh religioso, la soberbia de tu corazón te ensalzó, te llevó fuera ti, para que vanamente te levantaras por encima de ti, oh tu que habitas en las hendiduras de la piedra. Piedra es cualquier orden religiosa en la iglesia, de la que dice Jeremías: “jamás faltará la nieve de la piedra del campo” (11, 14). El campo es la Iglesia; la piedra del campo es la orden religiosa, fundada sobre la piedra de la fe; la nieve es la pureza de la mente y del cuerpo, que jamás debe faltar en la vida religiosa, Sin embargo, ¡ay de mí! ¡Ay de mí! ¡Cuántas hendiduras, cuántos cismas, cuántas divisiones y cuántas discordias existen en la piedra, o sea, en las órdenes religiosas! Y si la semilla de la divina palabra cae sobre ellas, no fructificará, porque no tiene la humedad de la gracia del Espíritu Santo, quien no habita en las hendiduras de la discordia, sino en la casa de la unidad.

Dice Lucas: “Eran una sola alma y un solo corazón” (Hech 4, 32). En realidad, en las órdenes religiosas hay divisiones, porque hay altercados en el capítulo, indisciplina en el coro, murmuraciones en el claustro, glotonería en el refectorio, impudencia en el dormitorio. Con razón dice el Señor: “Parte de la semilla cayó sobre la piedra y, una vez nacida, se secó, porque ‑Como dice Mateo‑ no tenía raíces” (13, 6), o sea, no tenía la humildad, que es la raíz de todas las virtudes. Ahora, ves claramente que de la soberbia del corazón surgen las divisiones en las órdenes religiosas, que no pueden dar fruto, porque no tienen en sí la raíz de la humildad.

Una tal orden religiosa está representada en el sector de las provisiones (del arca). Los religiosos, cuando están en discordia internamente, buscan las alabanzas exteriormente. Los falsos religiosos, como negociantes, venden productos sofisticados en el mercado. Bajo el hábito religioso y a la sombra de un nombre falso, ansían ser alabados. Delante de la gente se revisten de cierta personal apariencia de perfección. Quieren ser considerados como santos, pero no quieren serlo. ¡oh, qué gran desgracia! La orden religiosa, que debería conservar toda suerte de virtud y el perfume de las buenas costumbres, se descompone y llega a ser negocio de plaza. Joel se queja diciendo: “Están destruidos los graneros”, es decir, los claustros de los canónicos; “se vaciaron las despensas”, es decir, las abadías de los monjes, “porque falta el trigo” (1, 17). En el trigo, que es blanco por dentro y rubio por fuera, está indicada la caridad, que guarda la pureza hacia sí mismo y el amor hacia el prójimo. Este trigo llegó a faltar, porque cayó sobre la piedra y, una vez nacido, se secó, porque no tenía la raíz de la humildad, ni la linfa de la gracia de los siete dones del Espíritu Santo. Con todo ello entiendes que, por falta de trigo, o sea, de la caridad, se destruye el depósito de toda vida religiosa.

8.‑ Sigue: “Una parte de la semilla cayó entre las espinas que, germinando juntas, la ahogaron” (Lc 8, 7). El tercer sector del arca de Noé estaba destinado a los animales feroces. observa cuánta correspondencia hay entre las espinas y los animales feroces, que simbolizan a los avaros y a los usureros. Son espinas, porque la avaricia captura, punza y hace sangrar; y son animales feroces, porque la usura arrebata y se traga.

Diga, pues, el Señor: “Una parte cayó entre las espinas”, que, corno El mismo comenta, son las riquezas, que aferran al hombre y lo frenan. Y Pedro, para no ser capturado y frenado, dice al Señor: “He aquí que nosotros lo hemos abandonado todo y te hemos seguido” (Mt 19, 27).San Bernardo lo felicita así: “¡Hiciste muy bien, oh Pedro! Cargado, no hubieras podido seguir al que corre”.

Las espinas punzan. Dice Jeremías: “Egipto es una novilla refinada y hermosa; pero le vendrá del norte el instigador” (46, 20). Egipto, que se interpreta “tinieblas”, es el avaro, envuelto en las tinieblas de la ignorancia. Es llamado “novilla” por dos motivos: por la lascivia de la carne y la inestabilidad de la mente; es llamado “refinado”, porque está atestado de hijos y de parientes; también es llamado “hermoso” por la posesión de edificios y por la belleza de los vestidos. A esta novilla le llega el instigador, o sea, el diablo, desde el norte, del cual, corno dice Jeremías, “se expandirá todo mal” (1, 14). El instigador la atormentará con el estímulo de la avaricia, para que corra y recorra, con el objeto de juntar las espinas, o sea, las riquezas, de las que dice Isaías: “Las espinas amontonadas serán quemadas por el fuego” (33, 11

La espina punza y, punzando, hace sangrar. “Toda alma, dice Moisés, existe o vive en su sangre” (Lv 17, 14).La sangre del alma es la virtud, de la que el alma vive. Por esto, el avaro destruye la vida del alma, que es la virtud, cuando ansía acumular riquezas. Dice el Eclesiástico: “No hay cosa más inicua que la de amar el dinero. El avaro en su vida echa fuera sus entrañas” (10, 10), o sea, las virtudes.

Añade el Señor: “Y, germinando juntas, las espinas ahogaron la semilla”. Dice Oseas: “Zarzas y abrojos cubrirán sus altares” (10, 8). La zarza es un arbusto que se adhiere a los vestidos; el abrojo (en latín tribulus) se llama así, porque, cuando punza, produce tribulación. Zarzas y abrojos son las riquezas, que se pegan al viandante y lo atormentan. Ellas crecen sobre los altares, o sea, en el corazón de los avaros, en el cual se debería ofrecer a Dios un sacrificio, o sea, un espíritu contrito; en cambio, ahogan la semilla le la palabra de Dios y también el sacrificio de un espíritu contrito.

9.‑ A las espinas corresponden los animales feroces, que, como hemos señalado, son símbolos de los usureros. De ellos dice el Profeta. “Mira ese mar inmenso y espacioso en sus partes; allí bullen reptiles sin número, animales enormes y pequeños. Por allí se pasean los navíos” (Salm 103, 25‑26). Presta atención a las palabras: el mar, o sea, este mundo, lleno de amargura; es grande por las riquezas, y espacioso por los placeres, porque “espacioso es el camino que lleva a la muerte” (Mt 7, 13). Pero, ¿para quiénes? No ciertamente para los pobres de Cristo, que entran por la puerta estrecha, sino para, las manos de los usureros, que ya se adueñaron del mundo entero. Por causa de sus usuras las iglesias se empobrecieron y los monasterios fueron despojados de sus bienes. Por esto el Señor se queja en Joel: “Una nación, poderosa, innumerable, invadió mi país; sus dientes son como dientes de león; sus muelas como de leoncillos. Dejó mi viña en ruinas y destrozó mis higueras; las desnudó y despojó; y sus ramas se volvieron blancas” (1, 6‑7).

La “gente” maldita de los usureros, fuerte e innumerable, cuyos dientes son como dientes de león, creció sobre la tierra. Observa dos cosas en el león: el cuello inflexible, en el que hay un solo hueso, y el hedor de los dientes. Así el usurero es inflexible, porque “no se inclina ante Dios ni teme al hombre” (18, 2). Sus dientes hieden, porque en su boca hay siempre la humareda del dinero y el estiércol de la usura. Sus muelas son como de leoncillos, porque arrebata, destruye y traga los bienes de los pobres, de los huérfanos y de las viudas.

El usurero reduce a un desierto la viña, o sea, a la Iglesia del Señor, porque con la usura se apodera de sus bienes; y descorteza, desnuda y despoja la higuera del Señor, o sea, la casa de alguna congregación, cuando cor, la usura se apropia de los bienes que a esa congregación le entregaron los fieles. Por esto, “sus ramas se volvieron blancas”, es decir, los monjes o los canónicos de aquella observancia están afligidos por el hambre y la sed. He ahí cuáles manos hacen la limosna: ellas chorrean sangre de los pobres. De ellas en el Salmo se dice: “Allí, en el mundo, los reptiles son innumerables” (Salm 103, 25).

Observa que hay tres especies de usureros. Hay algunos que practican la usura privadamente: éstos son reptiles que se deslizan a escondidas y son sin número. Hay otros que hacen usura públicamente, pero no en gran cantidad, para parecer misericordiosos: y éstos son animales pequeños. Hay otros usureros pérfidos, facinerosos e impudentes, que practican la usura delante de todos, como en la plaza: y éstos son los animales grandes, más crueles que los demás, que serán presa de la caza del demonio y tendrán seguramente la ruina de la muerte eterna, a menos que no restituyan lo mal quitado y después hagan penitencia. Y para que puedan hacer una penitencia adecuada, “allí”, justamente por medio de ellos, “las naves”, o sea, los predicadores de la iglesia deben pasear y esparcir la semilla de la palabra de Dios. Pero, por causa de nuestros pecados, las espinas de las riquezas y los animales feroces de las usuras ahogan la palabra tan asiduamente sembrada; y por ende no hacen fruto de penitencia.

10. ‑ “Y una parte de la semilla cayó en buena tierra y, nacida, llevó fruto (Lc 8, 8): el treinta, o el sesenta, o el ciento por uno” (Mt 13, 8). El cuarto sector en el arca de Noé estaba destinado a los animales domésticos, y el quinto sector a los hombres y a las aves.

Queridos hermanos, ustedes bien pueden apreciar que en los tres sectores anteriores ‑al borde del camino de los lujuriosos, simbolizados en el sector de las inmundicias; sobre la piedra de los religiosos soberbios, simbolizados por el sector de las provisiones; y entre las espinas de los avaros y usureros, simbolizados por los animales feroces‑, la semilla de la palabra de Dios no pudo dar fruto. Y por esto, los fieles de la santa iglesia, en el introito de la misa de hoy, claman al Señor: “Levántate, ¿por qué duermes, Señor?”.

Observa que por tres veces gritan: “¡Levántate!”, y es por estas tres cosas: el camino, la piedra y las espinas. ¡Levántate, pues, Señor, contra los lujuriosos, que son el camino del diablo! Ellos, porque duermen en los pecados, creen que también tú estés dormitando. ¡Levántate contra los falsos religiosos, que son como la piedra sin la linfa de la gracia! ¡Levántate contra los usureros que son como las espinas punzantes; y ayúdanos y líbranos de sus manos! En estos tres la semilla de tu palabra, oh Señor, no pudo dar fruto; pero, al caer en tierra buena, dio fruto.

11.‑ Y observa cómo bien se corresponden la buena tierra, los animales domésticos, los hombres y las aves, que representan a los justos y a los penitentes, a los de vida activa y a los contemplativos. La buena tierra, bendecida por el Señor, es la mente del justo, de la que dice el Salmo: “Toda la tierra te adore y te cante a ti, y cante un himno a tu nombre” (65, 4).

Observa que toda la tierra abarca el oriente, el occidente, el septentrión y el mediodía. La mente del justo debe ser tierra oriental por la consideración de su origen, occidental en el pensamiento de su fin, septentrional en la consideración de las tentaciones y miserias de este mundo, austral por la perspectiva de la bienaventuranza eterna. Entonces, “toda la tierra”, o sea, el espíritu bueno del justo, “te adore, oh Dios, en espíritu y verdad” (Jn 4, 23) y en la contrición del corazón: éste es el fruto del treinta por uno. “Y te cante a ti” en la celebración de tu nombre y en la acusación de su pecado: éste es fruto del sesenta por uno. Y para obtener estos dos resultados, debemos cantar a Dios durante los seis días de vida laboriosa. “Y cante un himno a tu nombre”, en las obras de la satisfacción y en la perseverancia final: y éste es el fruto del ciento por uno y es el fruto perfecto.

12.‑ Hay otra interpretación. La buena tierra es la santa iglesia, o sea, el arca de Noé, que acoge en sí misma a los animales domésticos, a los hombres y a las aves.

“Los animales domésticos simbolizan a los fieles casados, que se aplican a las obras de penitencia, dan su colaboración a los pobres y no perjudican a nadie” (Glosa). De ellos dice el Apóstol en la epístola de hoy: “En realidad, ustedes que son tan inteligentes, aguantan bastante bien a los locos. Les gusta ser esclavizados y explotados, robados, tratados con desprecio y abofeteados en la cara” (2Cor  11, 19‑20): éstos dan fruto del treinta por uno. “Los hombres” son figuras de los castos y llevan vida activa: éstos son verdaderos hombres, porque usan la recta razón. Ellos se someten a la fatiga de la vida activa, se exponen al peligro por el prójimo, predican la vida eterna con la palabra y con el ejemplo, vigilan sobre sí mismos y sus súbditos. Estos, como añade el Apóstol, están envueltos “en las fatigas y en los quebrantos, en frecuentes velas, en el hambre y en la sed, en prolongados ayunos, en el frío y en la desnudez” (2Cor  11, 27): éstos dan fruto del sesenta por uno. “Las aves”, colocadas en un sector superior del arca, simbolizan a las vírgenes y a los contemplativos que, casi elevados al cielo sobre las alas de las virtudes, contemplan “al Rey en su esplendor” (Is 33, 17). Estos, no diría en el cuerpo sino en el espíritu, son arrebatados en la contemplación hasta el tercer cielo, contemplando con la agudeza de su mente la gloria de la Trinidad, donde oyen cor el oído del corazón “aquellas cosas que no pueden ser expresadas con palabras” (2Cor  12, 4), ni ser comprendidas con la mente: éstos son los que dan fruto del ciento por uno.

Te suplicamos, Señor Jesús, que nos hagas tierra buena, para que podamos recibir la semilla de tu gracia y podamos “dar frutos dignos de penitencia” (Mt 3, 8); y así mereceremos vivir eternamente en tu gloria,

Te pedimos que nos lo concedas tú mismo, que eres el Dios bendito por los siglos de los siglos. ¡Amén! ¡Así sea!