Importancia de los absolutos morales
No puede haber libertad aparte o en oposición a la verdad. Realmente creo que para casi todo el mundo esta afirmación tiene sentido, pero la pregunta siempre es qué es la Verdad. Este es el debate y donde grupos, comunidades e individuos no están de acuerdo. En nuestros tiempos, cuando nosotros, como católicos, queremos presentar una perspectiva sobre cualquier aspecto de la vida, comúnmente escuchamos la frase “esa es tu verdad, pero no la mía”. Si buscamos honestamente la verdad, notaremos que no es posible tener un desacuerdo en un tema donde yo considero que yo tengo la verdad y ellos consideran que ellos también la tienen. O ellos o yo tenemos la verdad, pero no los dos con creencias y conclusiones diferentes. Por tanto, los absolutos morales son importantes para la moral católica. Esto requiere la aceptación de un bien supremo y para muchos eso es demasiado trabajo. El riesgo de no lograr un entendimiento y una conexión entre la verdad de Dios y la verdad del hombre, que es la única verdad, es que la humanidad va a estar en oposición entre sí. El resultado puede ser anarquía, conflicto, persecución y, en consecuencia, guerra para defender o imponer su verdad.
“Sólo Dios, el Bien supremo, es la base inamovible y la condición insustituible de la moralidad, y por tanto de los mandamientos, en particular los negativos, que prohíben siempre y en todo caso el comportamiento y los actos incompatibles con la dignidad personal de cada hombre. Así, el Bien supremo y el bien moral se encuentran en la verdad: la verdad de Dios Creador y Redentor, y la verdad del hombre creado y redimido por él. Únicamente sobre esta verdad es posible construir una sociedad renovada y resolver los problemas complejos y graves que la afectan, ante todo el de vencer las formas más diversas de totalitarismo para abrir el camino a la auténtica libertad de la persona. «El totalitarismo nace de la negación de la verdad en sentido objetivo. Si no existe una verdad trascendente, con cuya obediencia el hombre conquista su plena identidad, tampoco existe ningún principio seguro que garantice relaciones justas entre los hombres: los intereses de clase, grupo o nación, los contraponen inevitablemente unos a otros. Si no se reconoce la verdad trascendente, triunfa la fuerza del poder, y cada uno tiende a utilizar hasta el extremo los medios de que dispone para imponer su propio interés o la propia opinión, sin respetar los derechos de los demás… La raíz del totalitarismo moderno hay que verla, por tanto, en la negación de la dignidad trascendente de la persona humana, imagen visible de Dios invisible y, precisamente por esto, sujeto natural de derechos que nadie puede violar: ni el individuo, ni el grupo, ni la clase social, ni la nación, ni el Estado. No puede hacerlo tampoco la mayoría de un cuerpo social, poniéndose en contra de la minoría, marginándola, oprimiéndola, explotándola o incluso intentando destruirla»”(Veritatis Splendor 99).
Hay una verdad trascendente y absolutos morales, a los que el hombre puede alcanzar su plena identidad. El problema para muchos es que requiere total obediencia.
Libertad y absolutos morales
Hay un mal ahí afuera y este falso concepto de libertad se basa en la ausencia o no existencia del requisito de hacer esto o aquello o creer esto o aquello. En términos coloquiales podemos decir “no me digas qué hacer ni qué creer que soy libre”. Debido a este falso concepto de libertad, la gente puede inclinarse a ver la autoridad o ser obediente como un enemigo de mi libertad. La ley, las pautas, las instrucciones, la religión y la verdad absoluta son enemigos porque no les permiten hacer lo que quieren hacer. Estos son los opresores de su libertad.
Esta falsa noción de libertad afirma que soy libre en ausencia de verdad, autoridad sobre mí y cuando puedo imponerme. El problema de esta forma de ver la libertad es el cuestionamiento de la verdad universal objetiva porque es una completa negación de ella. Los seguidores de este falso sentido de libertad sugieren que somos libres de definir la verdad y definir lo que es bueno y malo. Como mencioné antes, la pregunta sería quién decidió qué es la verdad o cómo vamos a propagar esta verdad para que otros puedan estar de acuerdo con nuestra verdad. Además, qué moralidad vamos a seguir o imponer a los demás.
En coherencia con una verdad trascendental están los absolutos morales. Estos definen cómo vamos a vivir nuestras vidas. “La doctrina de la Iglesia, y en particular su firmeza en defender la validez universal y permanente de los preceptos que prohíben los actos intrínsecamente malos, es juzgada no pocas veces como signo de una intransigencia intolerable, sobre todo en las situaciones enormemente complejas y conflictivas de la vida moral del hombre y de la sociedad actual. Dicha intransigencia estaría en contraste con la condición maternal de la Iglesia. Ésta —se dice— no muestra comprensión y compasión. Pero, en realidad, la maternidad de la Iglesia no puede separarse jamás de su misión docente, que ella debe realizar siempre como esposa fiel de Cristo, que es la verdad en persona: «Como Maestra, no se cansa de proclamar la norma moral… De tal norma la Iglesia no es ciertamente ni la autora ni el árbitro. En obediencia a la verdad que es Cristo, cuya imagen se refleja en la naturaleza y en la dignidad de la persona humana, la Iglesia interpreta la norma moral y la propone a todos los hombres de buena voluntad, sin esconder las exigencias de radicalidad y de perfección» Veritatis Splendor 95).
La verdadera libertad dirige a todos a la felicidad. Proteger a la sociedad de la anarquía y el caos y aliviar a todos de la carga de dañarse a sí mismos. La Iglesia y nosotros como miembros estamos llamados a compartir y enseñar a los demás estos absolutos morales y verdades siempre abiertos a escuchar y no imponer más bien con coherencia e insistencia mostrar e insistir en lo que es la verdad. Las personas son libres de decidir por sí mismas, pero nosotros no somos libres de crear una versión de los absolutos morales o la verdad para complacer a ciertos grupos.
Por ejemplo, la verdad sobre la existencia de Dios es, y es única y absoluta, le guste o no a la gente. Aquellos que niegan la existencia de Dios es, y es único y absoluto, le guste o no a la gente. Aquellos que niegan la existencia de Dios no tienen otra verdad; tienen otra opinión, que es diferente. Porque la verdad no es cuestión de opiniones.
Cuando Tomás le preguntó a Jesús sobre el camino que debían seguir, Jesús respondió: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Juan 14: 6). Como Dios, Él podría afirmarlo y lo repetimos como la verdad absoluta. E inmediatamente, respondiendo a Philipp, dijo: “Las palabras que te digo, no las digo por mi cuenta. Es el Padre, quien permanece en mí, quien hace las obras. “(Juan. 14: 10-11). Las palabras de Jesús, respaldadas por sus obras, son verdad absoluta.
En una discusión sobre Dios, o sobre Dios hecho hombre, sobre religión, los que quieren imponernos el supuesto derecho a la duda, siempre dicen “Nadie tiene la verdad absoluta”, y que nuestra doctrina es relativa, tanto como la suya.
Los católicos en materia de fe sí tenemos la verdad absoluta, y ni siquiera debemos permitir que se diga que no la tenemos, o que probablemente no lo es, que hay verdades alternativas. Podremos admitir en otros planos que podríamos estar equivocados, por falta de datos, digamos, que algún hecho histórico o científico puede tener distintas interpretaciones, como cuando decimos: ¿Qué pasó o está pasando realmente? Pero cuidado con el uso del lenguaje: no se trata necesariamente de la verdad, sino de la opinión o visión de lo que se discute.
En materia de religión, cuestiones de fe y moral, siempre, pero siempre debemos partir de la convicción de que los católicos, creyendo en la Palabra de Dios, tenemos la verdad absoluta. Indudablemente. No nos dejemos intimidar por la pantomima de que nadie tiene la verdad absoluta. Sí, existe, es nuestro, y debemos defenderlo, sin aceptar las dudas que nos quieran imponer.
En conclusión, o ellos o nosotros tenemos la verdad, pero no pueden ser ambos con creencias y suposiciones diferentes. Por tanto, los absolutos morales son importantes para la moral católica. Requieren la aceptación de un bien supremo y para muchos eso es demasiado trabajo y demasiado pedir. Debido a un concepto falso de libertad basado en la ausencia o no existencia del requisito de hacer esto o aquello o creer esto o aquello, las personas a menudo rechazan la idea de los absolutos morales. Debemos definir y aclararles qué es la verdadera libertad y cómo no puede haber libertad aparte de la verdad o en oposición a ella.
En Cristo Luis Roman
Santa Maria ora pro nobis