El 13 de mayo de 1917, tres pastorcitos dijeron haber visto a una Señora más brillante que el sol que había bajado del cielo para transmitir un mensaje a la Iglesia y a la humanidad. Las multitudes crecientes de peregrinos y espectadores continuaron acercándose al lugar el día trece de cada mes. Los pastorcitos anunciaron que el 13 de octubre la Señora realizaría actos extraordinarios para dar testimonio de su presencia. Y ese día, a plena vista, ocurrió lo que muchos llaman el milagro del sol.
Este evento fue presenciado por aproximadamente cien mil personas. El sol estaba cayendo, para otros estaba bailando o girando. La multitud estaba asustada. Al mismo tiempo, la gente sanaba y sucedieron milagros. Los ciegos veían, los sordos oían, los paralíticos caminaban.
La prensa anticlerical registró los hechos con asombro. Jacinta y Francisco, los dos pastorcitos más jóvenes, murieron pronto, según habían anunciado ellos mismos, transmitiendo algunas pistas valiosas sobre el anuncio profético dejado por la Virgen. Lucía, la única que llegó a su adultez, eventualmente sería una monja carmelita, se comunicaría con los Papas, o los Papas con ella y moriría en 2005, unos meses antes que San Juan Pablo II.
En el mensaje nuestra madre del cielo habla del infierno, las consecuencias de nuestros pecados, los castigos y lo ofendido que está Dios con la humanidad.
Después de más de cien años, Fátima permanece vigente, como si hubiera algo que esperar del lugar de las apariciones, de su mensaje, de su significado más profundo. Las multitudes siguen llegando como si no hubiera pasado el tiempo. La prensa mundial sigue interesada en el caso. Quizás porque en el año 2000, a principios de siglo, la Santa Sede dijo que ya había revelado todo sobre el mensaje de la Señora. Pero más tarde se supo que este no es el caso. Incluso el Cardenal Ratzinger, que ese mismo año estableció que no había profecías pendientes al respecto, en el 2010, como ya el Papa Benedicto XVI, proclamó que el cristianismo debe esperar el cumplimiento de la profecía más esperanzadora: “Por fin triunfará Mi Inmaculado Corazón”.
Fátima no se reduce a la devoción individual, aunque es esencial para ella. Sor Lucía insistió en que al rezo del rosario se le concedía en estos tiempos un poder de intercesión mucho más poderoso que en el pasado. Probablemente por la falta o degradación de medios de la propia jerarquía eclesiástica, sometida desde los años sesenta a ese misterioso proceso de auto demolición del que hablaba el Papa Pablo VI.
Hoy más que nunca es necesario acercarnos a la Virgen, ella es la intercesora ante nuestro Señor Jesucristo Nuestro Salvador. No olvidemos que ella nos pidió que rezáramos el Rosario todos los días.
En Cristo Luis Roman
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