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Artículo de Monseñor Héctor Aguer: Soñar no cuesta nada.

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El Arzobispo de Buenos Aires, Mons. Jorge García Cuerva, ha celebrado en la Catedral metropolitana una misa con motivo del inicio del ciclo lectivo 2024. Leo en “La Prensa” que pidió “a los jóvenes que están desilusionados que no se vayan del país y hagan todo lo posible para construir la Argentina que desean”. Noto una desubicación pastoral del arzobispo; hablaba a chicos del Secundario, que no están, en general, desilusionados y no piensan por ahora en irse del país. “Les pido a todos que soñemos con una Argentina mejor”. Citó conceptos del Papa Francisco, según los cuales “hay que hacer lío y vivir con entusiasmo”. Pero el tema central era la invitación a soñar: “No dejen de soñar”.

¿Cuáles deben ser las fantasías del sueño? Porque soñar significa propiamente representarse en la fantasía imágenes o sucesos mientras estamos dormidos. ¿Se puede soñar despierto? El verbo se emplea en sentido figurado para significar –como se lee en el Diccionario de la Real Academia Española (RAE)-: “discurrir fantásticamente, y dar por cierto y seguro lo que no lo es”, y por extensión “anhelar persistentemente una cosa”, “tener ansia o deseo vehemente de conseguir algo”. Supongo que éste es el sentido en que lo usa el arzobispo. El sueño es un proyecto, o deseo, o esperanza con probabilidad de realizarse, y los niños y adolescentes son potenciales soñadores. En la homilía de Mons. García Cuerva los objetos del sueño propuesto son: ser felices, elegir la profesión o el trabajo que quieran, y más allá de lo estrictamente personal, una Argentina mejor. El problema está en la irrealidad de los sueños, en su dudosa posibilidad. La esperanza no es un sueño, sino un futuro posible que se torna presente en el esperar.

Las palabras se gastan con el uso; pensemos, por ejemplo, en la palabra amor, de la cual se abusa hasta que pierde su exacta propiedad, como nos advirtiera sabiamente el recordado Benedicto XVI, en su encíclica Deus Caritas est. Julio Cortázar, el gran escritor, autor de Rayuela, en un discurso pronunciado en París, en marzo de 1981, advertía sobre el progresivo desgaste de los vocablos: “Si algo sabemos los escritores es que las palabras pueden llegar a cansarse y a enfermarse, como se cansan y se enferman los hombres o los caballos. Hay palabras que, a fuerza de ser repetidas, y muchas veces mal empleadas, terminan por agotarse, por perder poco a poco su vitalidad. En vez de brotar de las bocas o de la escritura como lo que fueron alguna vez, flechas de la comunicación, pájaros del pensamiento y de la sensibilidad, las vemos o las oímos caer como piedras opacas, empezamos a no recibir de lleno su mensaje, o a percibir solamente una faceta de su contenido, a sentirlas como monedas gastadas, a perderlas cada vez más como signos vivos y a servirnos de ellas como pañuelos de bolsillo, como zapatos usados”. Y concluye Cortázar: “Hablamos porque somos, pero somos porque hablamos”. De allí, la palabra justa, el lenguaje y los dichos que corresponden a la situación.

Me he extendido quizá excesivamente en este punto porque considero que en él se expresa la nadería de la predicación arzobispal. Tenía ante sí una cantidad enorme de chicos, y ante ellos debió hablarles de Jesús; era la oportunidad justa para “evangelizarles” a Jesucristo, como diría San Pablo; para entusiasmarlos con su seguimiento e imitación. Asimismo, pudo mostrarles la posibilidad cierta de una vida integralmente cristiana, y advertirles de los peligros actuales que se constituyen en verdaderas tentaciones, como quedar enredados en las redes, o andar siempre con el telefonito en las manos, en el cual se hace posible ver lo que no se debe. Pudo mostrarles la oración como fuente de alegría espiritual, y cuidar la relación con los demás, para cultivarlas como sincera amistad, en un intercambio que permite crecer como personas.

No se trata, por tanto, de soñar, sino de ser. Como asegura el dicho popular, soñar no cuesta nada. En cambio, ser una persona buena y cristiana cuesta aplicación y constancias en la fe. Estos temas pueden ser abordados con sencillez y en un lenguaje adaptado a la comprensión de los chicos. Como una buena catequesis, hace resonar el kérigma, el anuncio de Cristo.

Antes de concluir este artículo, llegó hasta mí el saludo pascual de Mons. García Cuerva, publicado en el canal de la Conferencia Episcopal Argentina. En él, el arzobispo primado no menciona ni una sola vez a Jesucristo. ¿Éste es el sueño?

+ Héctor Aguer

Arzobispo Emérito de La Plata.

Buenos Aires, miércoles 3 de abril de 2024.

Octava de Pascua. –