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Insólita cancelación Artículo de Monseñor Héctor Aguer

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Vengo a ocuparme nuevamente del caso de Monseñor Gabriel Mestre, fugaz Arzobispo de La Plata. En solo ocho meses y medio había concitado la atención del clero local, libre por fin de la ideología persecutoria de “Tucho” Fernández. Ante el hecho lamentable del pedido francisquista de renuncia de Monseñor Mestre, sería oportuno que los presbíteros platenses se pronuncien públicamente, con discreción y sin temor. No creo que, en su interinato, el Obispo Bochatey reaccione contra el ejercicio de una democracia calificada que se corresponde, después de todo, con la eclesiología poliédrica del Papa Bergoglio.

En este caso, estimo que uno puede valerse del viejo refrán “piensa mal y acertarás”; pienso por tanto en la responsabilidad del Cardenal Fernández, tan cercano al Sumo Pontífice, en la cancelación destituyente. Monseñor Mestre ha escrito: “Soy consciente de mi debilidad y la debilidad humana de la bella Iglesia que es mi casa y mi familia. Iglesia santa por el Ministerio de la Trinidad, Iglesia pecadora por la fragilidad de las personas que formamos parte de ella”. Bien dicho; lo ocurrido es una típica intriga argentina. Resulta por lo menos curioso que el ahora ex Arzobispo haya sido convocado en Roma, por la Santa Sede, a dialogar sobre algunos aspectos de la diócesis de Mar del Plata, que fue su anterior oficio, y de lo acontecido allá desde noviembre de 2023, cuando Mestre ya había sido promovido a la Arquidiócesis de La Plata. Insisto en lo que he sugerido antes: se ve la mano de Fernández. De paso apunto que éste fue mi sucesor. Yo había presentado mucho antes mi renuncia a la sede platense, que me fue aceptada dos días después de cumplir 75 años. Este hecho fue unánimemente considerado descomedido; no se procede de ordinario así. Puedo, a la luz de estos episodios, comprender el caso de la insólita destitución de Monseñor Mestre. Fernández fue mi sucesor; pensé que debía comentarle algunas características de la Arquidiócesis a la que había servido veinte años; habré hablado con él unos veinte minutos. Observé que no le interesaba lo que yo pudiera decirle; venía decidido a hacer todo lo contrario, como lo hizo. Otra intriga argentina, urdida seguramente en Roma.

Repaso el mensaje de Monseñor Mestre a la “querida comunidad de la Arquidiócesis de La Plata”. La vinculación del Obispo con su pueblo no es la de un funcionario; es –para emplear un término repetido en el Nuevo Testamento- la agápē, el amor. Así aparece en las cartas del Apóstol Pablo: un amor que no vacila en corregir cuando es necesario.

El mensaje aludido expresa: “Hoy (27 de mayo de 2024) dejo de ser el pastor de ustedes. Quiero decirles que he sido muy feliz estos ocho meses y medio y por eso les agradezco de corazón… ¡Gracias por hacerme sentir en casa! ¡Gracias por los gestos de delicadeza y amabilidad en cada una de las visitas! ¡Gracias por invitarme a ser parte de sus vidas! Realmente pude experimentar la diversidad y profundidad de la fe en Dios de muchos de ustedes, fe comprometida que me edificó y enriqueció más de una vez”.

¿Qué va a pasar con La Plata? Como suele ocurrir en estos casos, ya corren nombres; a mí me causan preocupación y terror algunos de ellos. La Nunciatura Apostólica, en ocasiones como éstas, hace consultas y revisa los antecedentes de los posibles candidatos, pero sospecho que ahora las cosas se deciden más arriba. No me refiero a que es siempre el Papa quien designa a los obispos, sino que en la actualidad la Argentina está en Roma y las intrigas argentas tienen sus carriles bien aceitados. Se me dirá que así ocurre siempre, sea el Papa italiano, polaco, o alemán; pues no, la originalidad argentina es incomparable. Hace más de una década que el Episcopado argentino es modelado, no sólo con los nombramientos, sino por el “francisquismo” de los prelados que, como es razonable, quieren conservar sus puestos, o aspiran a ascender. La inspiración peronista otorga a la Iglesia en el país características bien propias, y el peronismo ha llegado hasta las orillas del Tíber.

Hay que tener cuidado de no dejarse atrapar por la confusión. La misión de la Iglesia sigue siendo siempre la del Mandato del Señor a los Apóstoles: Hacer de todos los pueblos discípulos suyos. Este Mandato llega a sus Sucesores en el ministerio sacramental.

Por último, aunque no es menos importante: Monseñor Mestre se ha convertido en Arzobispo Emérito de La Plata, lo que yo soy; a no ser que le atribuyan una sede titular. Pero tiene 55 años. Le hubieran quedado veinte de ejercicio del episcopado hasta los fatídicos 75, a los que Pablo VI decretó como edad de jubilación, contra lo establecido por el Concilio Vaticano II en el decreto Christus Dominus. ¿A qué se va a dedicar? Quizá podría ayudar a un obispo amigo, o conchabarse para trabajar como presbítero en una parroquia. Y ¿de qué va a vivir? ¿Correrá la suerte de los obispos y sacerdotes cancelados? La justicia indica que la Arquidiócesis de La Plata debe mantenerlo. En mi caso ella paga mi pensión en el Hogar Sacerdotal de Buenos Aires, donde vivo, que es una especie de geriátrico para curas. Ya he escrito alguna vez sobre la guillotina de los 75 años. Según la Tradición de la Iglesia, el obispo debería morirse en su diócesis, trabajando hasta el final, así como los Apóstoles no se jubilaron. La Iglesia es nuestra casa, nuestra familia, y no puede renunciar a esa condición para convertirse en una madrastra desalmada.

+ Héctor Aguer

Arzobispo Emérito de La Plata.

Miembro de Número de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas.

Buenos Aires, miércoles 5 de junio de 2024.

Memoria de San Bonifacio, obispo y mártir. –