He seguido en “La Prensa” la gira de doce días del Papa Francisco por Asia y Oceanía. Es admirable que, con casi 88 años, el Pontífice se lance a semejante exigencia. Es verdad que parecía que el Vaticano mismo se moviera en cantidad de médicos, enfermeros y otros empleados, que asistían a la menor necesidad de Francisco; servidores abundantes se turnaban en conducir la silla de ruedas. No quiero pensar en el costo fenomenal de ese tour (¿pagará Soros?).
Espontáneamente surgió en mi conciencia el contraste con el envío de los apóstoles por Jesús: “Vayan por todo el mundo” (Mc 16, 15). En el original griego de las palabras de envío, el acento recae no tanto en el ir (poreuthentes eis ton kosmon apanta) –habría que traducir: “yendo por todo el mundo”-, sino en la acción a desarrollar: ¿para qué nos manda? Para enseñar y bautizar (matheteusate panta ta ethne, baptizontes), y finalmente la intención insiste en la acción de bautizar, o sea, hacer nuevos cristianos, repoblar el mundo de discípulos de Jesús. La Historia de la Iglesia ha mostrado cómo, en cada época, se ha cumplido el mandato: desde los momentos iniciales hasta aquel cumplimiento plenario de un Imperio cristiano, que sucedió al Imperio romano. Y luego, en un nuevo mundo, en América, aquí también se ejerció el mandato de ir, enseñar y bautizar. Una pléyade de santos doctores ha ilustrado qué es el ser cristiano, el fruto del mandato, superando errores y herejías, las deformaciones accidentales que no han podido oscurecer la realidad.
La gira de Francisco comenzó en Indonesia, donde exhortó al diálogo con el islam, y empeñó su preocupación por el cambio climático. Elogió “el respeto mutuo de las particularidades culturales, étnicas, lingüísticas y religiosas”; recomendó a los jóvenes que discutan entre ellos, porque es algo que “hace crecer”. La contradicción con el auténtico mensaje cristiano se dio especialmente en la exhortación a contrastar el extremismo y la intolerancia, y le pidió al clero local “que no contrapongan la propia fe a la de los demás”. En medio de semejante horror, un acierto: denunció las “leyes de muerte”, que limitan los nacimientos y cuestionó que haya familias que prefieran “tener un gato o un perrito, antes que un hijo”. Marcando las diferencias con esta nación asiática que alberga matrimonios que “en cambio tienen cuatro o cinco hijos, lo cual está bien; adelante, así”. Una parte considerable de la humanidad carece de los medios para tener una vida digna y hacer frente a graves y crecientes desequilibrios sociales, que desencadenan agudos conflictos: “esto no puede solucionarse con una ley que restrinja la natalidad”, ya baja en numerosos países, varios de ellos en Europa.
Siempre en Indonesia, participó en un encuentro con el movimiento llamado Scholas occurrentes, que sumó a 1.500 personas. Declaró que desea implementar el diálogo interreligioso y asistió a un encuentro ecuménico en una mezquita, porque “si todas las cosas fueran iguales sería un aburrimiento” (comento: ¡qué frivolidad!).
En Timor Oriental, según señala “La Prensa”, el Papa recibe una entusiasta bienvenida. Allí elogió la recuperación del país e hizo una velada alusión a un escándalo de abusos.
Al llegar a Papúa Nueva Guinea exclamó: “Es increíble que esté aquí”. Es este un país pobre y con escasa infraestructura donde viven más de mil tribus en zonas selváticas. Allí fue guiado por misioneros argentinos pertenecientes al Instituto del Verbo Encarnado (IVE); que no son bien vistos por muchos en una Argentina progresista, y sin embargo son solicitados por varios episcopados, ya que trabajan muy bien en la evangelización; como así también las religiosas de la rama femenina, Servidoras del Señor y de la Virgen de Matará. En aquel destino recóndito está el padre Tomás Ravaioli, un porteño de 42 años, hijo de mi querido y siempre recordado amigo Luis Aldo Ravaioli, padre de una fecunda familia y entusiasta líder provida. Quienes critican al IVE y lo menoscaban en su opinión, deberían reconocer su talante misionero y su servicio a la renovación de la Iglesia.
La extensa gira del Papa, predicador del ecumenismo y activista ecológico, se cerró en Singapur, donde presidió un jubiloso acto con jóvenes, a quienes instó a “hacer lío”, y también una Misa en un estadio para 55.000 personas. Es digno de notarse que en este país los cristianos apenan llegan al tres por ciento de la población; el Papa no se animó a presentar a Jesucristo como Salvador universal, a Quien hay que adherir mediante la Fe.
Intencionalmente he presentado el periplo del Pontífice como una gira, y no como un viaje misionero. Resulta escandaloso ese despliegue de fuerzas y dinero para promover el “diálogo interreligioso, y el cuidado de la Tierra ante el cambio climático”, cuando los pueblos necesitarían objetivamente que se les hable de la Historia Sagrada, centrada en la manifestación de Dios a Israel y se les exhorte a reconocer al Señor como verdadero Dios y verdadero hombre; como el Salvador que otorga sentido al quehacer en el mundo al abrir las puertas de la eternidad.
La gira pontificia es una caricatura heterodoxa del viaje apostólico de los Doce; el rostro de la Iglesia es así alterado, y ni siquiera se obtiene la admiración del mundo político. Toda la Historia eclesial protesta contra estas ilusiones vaticanas, que dan razón a Lutero. Sería más barato y más saludable quedarse en casa, y enseñar el Catecismo. La recorrida contrasta, asimismo, con los viajes apostólicos de San Juan Pablo II y Benedicto XVI, que eran verdaderamente apostólicos, y no giras.
+ Héctor Aguer
Arzobispo Emérito de La Plata.
Buenos Aires, jueves 19 de septiembre de 2024.
San Jenaro, obispo y mártir. –