Millones de personas creen, que vamos a ser juzgados estrictamente por nuestras obras. Que Dios de alguna forma, va a medir nuestras malas obras y las buenas obras y hará un juicio basado en esto solamente.
Como cristianos, sabemos que no somos perfectos; aunque caminamos el camino de la perfección o sea el camino de Cristo, nos reconocemos pecadores.
San Pablo dijo famosamente en Romanos 3:12; “Todos se desviaron, a una se corrompieron; no hay quien obre el bien, no hay siquiera uno.”
La pregunta sería entonces, quien se va a salvar, si nuestras obras no son buenas o si no son consistentes. En otras palabras, si algunos días hacemos el bien y otros días obramos mal.
San Pablo nos brinda la respuesta en Efesios 2:8-9; “Pues habéis sido salvados por la gracia mediante la fe; y esto no viene de vosotros, sino que es un don de Dios; tampoco viene de las obras, para que nadie se gloríe.”
Así que entonces, no basta con las obras. Esto también nos recuerda, que no importa todo lo que hagamos, nada se compara al sacrificio que hizo nuestros Señor en la cruz. No tan solo porque fue doloroso y porque lo entregó todo; hasta su vida, sino porque Él es Dios y es perfecto.
Esta realidad hace el acto de la cruz perfecto y eterno. Nosotros jamás podremos hacer algo como lo que hizo Jesus. San Pablo nos recuerda que la salvación fue pagada por Jesus. Ella es un don o regalo de parte de Dios. Nosotros debemos tener la fe, en otras palabras, la certeza, de que es así y entonces con esa fe, nuestras obras tendrán un valor justo delante de Dios.
Nunca debemos olvidar, que yo puedo hacer obras buenas para mi propio beneficio, o para sentirme bien y para ser reconocido, pero si en vez de hacerlas por estas u otras razones, yo me dedico en fe a hacer mis obras para Dios, en el nombre de Jesus, para que la gloria o el crédito sea para Él, entonces será completamente diferente. Esto es lo que nuestro Señor y Dios van a medir el ultimo día de nuestras vidas. Cuanta fe tuvimos y cuanto fruto dieron nuestras obras para la gloria de Cristo.
El dialogo del joven rico con Jesus nos muestra esto y mucho más. Ya que aquí tenemos un joven, que sigue la ley y que hace el bien y que tal vez lo hace para Dios; pero Jesus como quiere que seamos perfectos le dice y nos pide a nosotros, que no solamente lo hagamos para Dios, sino que dejemos cualquier atadura que estemos poniendo en primer lugar.
En el caso del joven rico era el dinero. En nuestro caso puede ser el trabajo, los estudios, la familia, el deporte, etc. No quiere decir, que estas cosas son malas, pero si son lo primero para nosotros, entonces hay un problema.
Si hacemos nuestras buenas obras por el dinero o por la familia, entonces no la estaremos haciendo para Dios y entonces no tendrán validez. Cuando hacemos las cosas para Dios el fruto serán las buenas obras para ti y para tu familia y las harás sin esperar nada a cambio, porque tu recompensa te espera en el cielo.
Nunca olvides que una fe sin obra, es una fe muerta. ” “Muéstrame tu fe sin obras, y yo te mostraré mi fe a través de las obras.” Carta de Santiago, 2:18
En Cristo Luis Roman
¡Santa Maria ora pro nobis!
Lucas 18:18-30 “Uno de los principales le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué he de hacer para tener en herencia vida eterna?» Le dijo Jesús: «¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios. Ya sabes los mandamientos: No cometas adulterio, no mates, no robes, no levantes falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre.» Él dijo: «Todo eso lo he guardado desde mi juventud. “Oyendo esto Jesús, le dijo: «Aún te falta una cosa. Todo cuanto tienes véndelo y repártelo entre los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; luego, ven y sígueme. “Al oír esto, se puso muy triste, porque era muy rico. Viéndole Jesús, dijo: «¡Qué difícil es que los que tienen riquezas entren en el Reino de Dios! Es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja, que el que un rico entre en el Reino de Dios.”. Los que lo oyeron, dijeron: «¿Y quién se podrá salvar?”. Respondió: «Lo imposible para los hombres, es posible para Dios.». Dijo entonces Pedro: «Ya lo ves, nosotros hemos dejado nuestras cosas y te hemos seguido.». Él les dijo: «Yo os aseguro que nadie que haya dejado casa, mujer, hermanos, padres o hijos por el Reino de Dios, quedará sin recibir mucho más al presente y, en el mundo venidero, vida eterna.»”
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