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Habiendo sido creados nuestros primeros padres en un estado de gracia, santidad y perfección ¿cómo fue posible que pecaran?

Como espejos sin mancha, Adán y Eva fueron creados con perfecta inocencia, a la imagen de su Creador Dios.

Por un don sobrenatural de la gracia, tenían la razón sometida a Dios, la voluntad a la razón, y el cuerpo al alma. En consecuencia, disfrutaban una vida íntegra, inmortal e impasible. Ni la muerte, ni las enfermedades tenían acción sobre el hombre.

Nos dice Santo Tomas de Aquino que, mediante la sumisión de las fuerzas inferiores a la razón, reinaba en el hombre una tranquilidad completa de espíritu, porque la razón humana, en nada era perturbada por las pasiones desordenadas. Por lo mismo que la voluntad del hombre estaba sometida a Dios, el hombre lo refería todo a Dios como a fin último, en que consistían la justicia y la inocencia”. 1

Dios les impuso un precepto fácil de cumplir: “Del árbol del conocimiento del bien y del mal no comerás, porque el día en que comas de él, tendrás que morir” (Genesis 2: 17).

Ese fruto no era malo en sí mismo. La finalidad de la prohibición, era acostumbrar al hombre, a la saludable sumisión a su Creador. Se trataba, por tanto, de una sencilla prueba de obediencia. Y en el estado de justicia, en el que el cuerpo se encuentra sometido a la razón y el alma a Dios, Adán y Eva no tenían flaqueza alguna. En ellos no existían, malas inclinaciones o apetitos desordenados, que pudiesen moverlos a romper su propósito de obedecer a Dios.

¿Cómo pudieron nuestros primeros padres desobedecer a Dios? Eva nos da la repuesta “La serpiente me sedujo” (Génesis 3: 13)

Ninguna persona en el estado de inocencia original podía ser engañada. Es posible que le faltara alguna perfección o conocimiento, pero esto no llegaría a ser un mal para ella. Juzgar incorrectamente sobre alguna cosa, significaría un defecto incompatible, con ese estado tan elevado de perfección. Mientras permaneciera la inocencia en el hombre, éste podía ignorar una verdad, pero sería imposible que se engañase, al aceptar algo falso como verdadero. Nos dice Tomas de Aquino. 2

Aunque no hayamos considerado la causa más profunda, por la cual nuestros primeros padres cayeron en la tentación, se habría aclarado el problema central de este artículo con un, “NO es posible que hayan sido engañados por la serpiente”.

Pero San Pablo en su primera epístola a Timoteo, parece contradecir lo que acabamos de ver: “Adán no fue engañado; en cambio, la mujer, habiendo sido engañada, incurrió en transgresión” (1 Timoteo 2: 14).

 Según nos lo explica Santo Tomás, un primer deseo desordenado en Adán y Eva, fue la raíz más profunda del pecado original. Ese movimiento interior, no podía ser el apetito de un bien material. Al no haber en ellos flaqueza o perturbación corporal, ninguna inclinación de la sensibilidad podía apartarlos de Dios. Tan sólo el anhelo desordenado de un bien espiritual, como una mayor dignidad o sabiduría, podía romperles el vínculo con el Creador. Y eso es, señala el Doctor Angélico, propio del vicio de la soberbia.3

“La soberbia precede a la ruina; el orgullo, a la caída” (Proverbios 16: 18)

Así como el robo de una gran fortuna revela el delito concebido y planeado en la mente del ladrón, la transgresión del precepto divino manifiesta la soberbia con la que Adán y Eva prevaricaron antes, en el fondo de sus almas.

“No procuraban de forma inmediata ofender a Dios o rebelarse contra Él, sino que, a causa de la búsqueda desordenada de su propia excelencia y elevación, se desviaron de su rectitud original e incurrieron en abierta desobediencia”. Nos comenta San Agustín. 4

De estos principios se deduce fácilmente la razón, por la que Eva fue engañada por el demonio. Habiendo perdido el estado de inocencia, por el pecado interior de soberbia, las tinieblas del error podían invadir y oscurecer su entendimiento.

Así lo explica Santo Tomás: “La seducción de la mujer, aunque precedió al pecado de obra, fue posterior al pecado de presunción interna. Pues dice Agustín: ‘La mujer no hubiera dado crédito a las palabras de la serpiente si en su mente no hubiera existido, ya antes, el amor a la propia potestad y cierta estimación presuntuosa de sí misma’”.5

Esta explicación brilla por su claridad. Pero, aún se podría plantear el siguiente problema: si el pecado interior de Eva, precedió a la transgresión del precepto divino, ¿habría prevaricado mucho antes de ser tentada por la serpiente? ¿Por qué motivo, entonces, no fue castigada y expulsada antes del Paraíso? La respuesta es simple: el pecado interior de Eva ocurrió después de la tentación del demonio; y, una vez que perdió la integridad original, creyó en las palabras de la serpiente y cometió el pecado exterior de desobediencia.6

“Por un hombre entró el pecado en el mundo” (Romanos 5: 12)

En el caso de Adán, fueron dos las causas que desviaron su voluntad del estado de rectitud e inocencia. La principal sólo podía ser el anhelo desordenado de un bien espiritual, un pecado de soberbia, como el de Eva. Pero a diferencia de ella, Adán sólo se dejó atraer —no iludir— por las palabras de la serpiente.7

La segunda causa de Adán, fue resultado de la anterior. Tras perder la justicia original y romper el vínculo de su alma con Dios, todavía quiso mostrarse complaciente con Eva, como indica el santo obispo de Hipona: “No en vano dijo el Apóstol: ‘Adán no fue engañado, la mujer fue la engañada’ (cf. 1 Timoteo 2, 14), porque ella tomó como verdadero lo que le dijo la serpiente, y él no quiso apartarse de su única consorte ni en la participación del pecado. Mas no por eso fue menos reo y culpable, sino que, sabiéndolo y viéndolo, pecó; y así NO dice San Pablo ‘no pecó’, sino ‘no fue engañado’”.9

La raíz más profunda del pecado original, por consiguiente, fue la soberbia: “Porque principio de la soberbia es el pecado, y quien se entrega a ella, hace llover abominación. A la transgresión del precepto divino, le siguió la difícil situación en la que estamos, pues destruida la sumisión del alma a Dios, desapareció la sujeción de la voluntad a la razón y del cuerpo al alma. El resto, incluso todos los problemas y crímenes de los que somos testigos hoy día, es una consecuencia y prueba de esto.

Concluye San Agustín, nuestros primeros padres quisieron robar la divinidad y perdieron la felicidad: “Rapere voluerunt divinitatem, perdiderunt felicitatem”.10

 

Publicado 2012/11/30
Autor : P. Rodrigo Alonso Solera Lacayo, EP

Editado por : Luis Roman 5-23-2018

Referencias:

1 SANTO TOMÁS DE AQUINO. Compendium theologiæ . l. 1, c. 186.
2 Cf. SANTO TOMÁS DE AQUINO. Suma Teológica . I, q. 94, a. 4.
3 Cf. Ídem. II-II, q. 163, a. 1.
4 Así lo expone SAN AGUSTÍN, el águila de Hipona: “No se ha de pensar que el tentador hubiese podido derribar al hombre, a no ser que anteriormente hubiera tenido asiento en el alma del hombre cierta oculta soberbia, que debía reprimir” ( De Genesi ad litteram, 11, 5).
5 SANTO TOMÁS DE AQUINO. Suma Teológica . I, q. 94, a. 4, ad. 1.
6 Cf. Ídem. II-II, q. 163, a. 1, ad. 4.
7 Explica el Doctor Angélico: El hombre “no fue seducido como la mujer hasta llegar a creer en las palabras del demonio contra las palabras de Dios. En efecto: no podía comprender que Dios le hubiese amenazado falsamente y prohibido sin razón una cosa útil. El hombre fue seducido por la promesa del demonio, aspirando indebidamente a la elevación y a la ciencia” ( Compendium theologiæ , c. 191).
8 SANTO TOMÁS DE AQUINO. Suma Teológica. II-II, q. 163, a. 4.
9 SAN AGUSTÍN. De civitate Dei , XIV, 11, 2.
10 Ídem. Enarrationes in Psalmos , 68, 9.

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EL Catecismo de la Iglesia católica nos dice sobre el HOMBRE :

355 “Dios creó al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, hombre y mujer los creó” (Gn 1,27). El hombre ocupa un lugar único en la creación: “está hecho a imagen de Dios” (I); en su propia naturaleza une el mundo espiritual y el mundo material (II); es creado “hombre y mujer” (III); Dios lo estableció en la amistad con él (IV).

I “A imagen de Dios”

356 De todas las criaturas visibles sólo el hombre es “capaz de conocer y amar a su Creador” (GS 12,3); es la “única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma” (GS 24,3); sólo él está llamado a participar, por el conocimiento y el amor, en la vida de Dios. Para este fin ha sido creado y ésta es la razón fundamental de su dignidad:

«¿Qué cosa, o quién, fue el motivo de que establecieras al hombre en semejante dignidad? Ciertamente, nada que no fuera el amor inextinguible con el que contemplaste a tu criatura en ti mismo y te dejaste cautivar de amor por ella; por amor lo creaste, por amor le diste un ser capaz de gustar tu Bien eterno» (Santa Catalina de Siena, Il dialogo della Divina providenza, 13).

357 Por haber sido hecho a imagen de Dios, el ser humano tiene la dignidad de persona; no es solamente algo, sino alguien. Es capaz de conocerse, de poseerse y de darse libremente y entrar en comunión con otras personas; y es llamado, por la gracia, a una alianza con su Creador, a ofrecerle una respuesta de fe y de amor que ningún otro ser puede dar en su lugar.

358 Dios creó todo para el hombre (cf. GS12,1; 24,3; 39,1), pero el hombre fue creado para servir y amar a Dios y para ofrecerle toda la creación:

«¿Cuál es, pues, el ser que va a venir a la existencia rodeado de semejante consideración? Es el hombre, grande y admirable figura viviente, más precioso a los ojos de Dios que la creación entera; es el hombre, para él existen el cielo y la tierra y el mar y la totalidad de la creación, y Dios ha dado tanta importancia a su salvación que no ha perdonado a su Hijo único por él. Porque Dios no ha cesado de hacer todo lo posible para que el hombre subiera hasta él y se sentara a su derecha» (San Juan Crisóstomo, Sermones in Genesim, 2,1: PG 54, 587D – 588A).

359 “Realmente, el el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado” (GS 22,1):

«San Pablo nos dice que dos hombres dieron origen al género humano, a saber, Adán y Cristo […] El primer hombre, Adán, fue un ser animado; el último Adán, un espíritu que da vida. Aquel primer Adán fue creado por el segundo, de quien recibió el alma con la cual empezó a vivir […] El segundo Adán es aquel que, cuando creó al primero, colocó en él su divina imagen. De aquí que recibiera su naturaleza y adoptara su mismo nombre, para que aquel a quien había formado a su misma imagen no pereciera. El primer Adán es, en realidad, el nuevo Adán; aquel primer Adán tuvo principio, pero este último Adán no tiene fin. Por lo cual, este último es, realmente, el primero, como él mismo afirma: “Yo soy el primero y yo soy el último”». (San Pedro Crisólogo, Sermones, 117: PL 52, 520B).

360 Debido a la comunidad de origen, el género humano forma una unidad. Porque Dios “creó […] de un solo principio, todo el linaje humano” (Hch 17,26; cf. Tb 8,6):

«Maravillosa visión que nos hace contemplar el género humano en la unidad de su origen en Dios […]; en la unidad de su naturaleza, compuesta de igual modo en todos de un cuerpo material y de un alma espiritual; en la unidad de su fin inmediato y de su misión en el mundo; en la unidad de su morada: la tierra, cuyos bienes todos los hombres, por derecho natural, pueden usar para sostener y desarrollar la vida; en la unidad de su fin sobrenatural: Dios mismo a quien todos deben tender; en la unidad de los medios para alcanzar este fin; […] en la unidad de su Redención realizada para todos por Cristo (Pío XII, Enc. Summi Pontificatus, 3; cf. Concilio Vaticano II, Nostra aetate, 1).

361 “Esta ley de solidaridad humana y de caridad (ibíd.), sin excluir la rica variedad de las personas, las culturas y los pueblos, nos asegura que todos los hombres son verdaderamente hermanos.

II “Corpore et anima unus”

362 La persona humana, creada a imagen de Dios, es un ser a la vez corporal y espiritual. El relato bíblico expresa esta realidad con un lenguaje simbólico cuando afirma que “Dios formó al hombre con polvo del suelo e insufló en sus narices aliento de vida y resultó el hombre un ser viviente” (Gn 2,7). Por tanto, el hombre en su totalidad es querido por Dios.

363 A menudo, el término alma designa en la Sagrada Escritura la vida humana (cf. Mt16,25-26; Jn 15,13) o toda la personahumana (cf. Hch 2,41). Pero designa también lo que hay de más íntimo en el hombre (cf. Mt 26,38; Jn 12,27) y de más valor en él (cf. Mt 10,28; 2M 6,30), aquello por lo que es particularmente imagen de Dios: “alma” significa el principio espiritualen el hombre.

364 El cuerpo del hombre participa de la dignidad de la “imagen de Dios”: es cuerpo humano precisamente porque está animado por el alma espiritual, y es toda la persona humana la que está destinada a ser, en el Cuerpo de Cristo, el templo del Espíritu (cf. 1 Co 6,19-20; 15,44-45):

«Uno en cuerpo y alma, el hombre, por su misma condición corporal, reúne en sí los elementos del mundo material, de tal modo que, por medio de él, éstos alcanzan su cima y elevan la voz para la libre alabanza del Creador. Por consiguiente, no es lícito al hombre despreciar la vida corporal, sino que, por el contrario, tiene que considerar su cuerpo bueno y digno de honra, ya que ha sido creado por Dios y que ha de resucitar en el último día» (GS 14,1).

365 La unidad del alma y del cuerpo es tan profunda que se debe considerar al alma como la “forma” del cuerpo (cf. Concilio de Vienne, año 1312, DS 902); es decir, gracias al alma espiritual, la materia que integra el cuerpo es un cuerpo humano y viviente; en el hombre, el espíritu y la materia no son dos naturalezas unidas, sino que su unión constituye una única naturaleza.

366 La Iglesia enseña que cada alma espiritual es directamente creada por Dios (cf. Pío XII, Enc. Humani generis, 1950: DS 3896; Pablo VI, Credo del Pueblo de Dios, 8) —no es “producida” por los padres—, y que es inmortal (cf. Concilio de Letrán V, año 1513: DS 1440): no perece cuando se separa del cuerpo en la muerte, y se unirá de nuevo al cuerpo en la resurrección final.

367 A veces se acostumbra a distinguir entre alma y espíritu. Así san Pablo ruega para que nuestro “ser entero, el espíritu […], el alma y el cuerpo” sea conservado sin mancha hasta la venida del Señor (1 Ts5,23). La Iglesia enseña que esta distinción no introduce una dualidad en el alma (Concilio de Constantinopla IV, año 870: DS 657). “Espíritu” significa que el hombre está ordenado desde su creación a su fin sobrenatural (Concilio Vaticano I: DS 3005; cf. GS 22,5), y que su alma es capaz de ser sobreelevada gratuitamente a la comunión con Dios (cf. Pío XII, Humani generis, año 1950: DS 3891).

368 La tradición espiritual de la Iglesia también presenta el corazón en su sentido bíblico de “lo más profundo del ser” “en sus corazones” (Jr 31,33), donde la persona se decide o no por Dios (cf. Dt 6,5; 29,3;Is29,13; Ez 36,26; Mt 6,21; Lc 8,15; Rm 5,5).

III “Hombre y mujer los creó”

Igualdad y diferencia queridas por Dios

369 El hombre y la mujer son creados, es decir, son queridos por Dios: por una parte, en una perfecta igualdad en tanto que personas humanas, y por otra, en su ser respectivo de hombre y de mujer. “Ser hombre”, “ser mujer” es una realidad buena y querida por Dios: el hombre y la mujer tienen una dignidad que nunca se pierde, que viene inmediatamente de Dios su creador (cf. Gn 2,7.22). El hombre y la mujer son, con la misma dignidad, “imagen de Dios”. En su “ser-hombre” y su “ser-mujer” reflejan la sabiduría y la bondad del Creador.

370 Dios no es, en modo alguno, a imagen del hombre. No es ni hombre ni mujer. Dios es espíritu puro, en el cual no hay lugar para la diferencia de sexos. Pero las “perfecciones” del hombre y de la mujer reflejan algo de la infinita perfección de Dios: las de una madre (cf. Is 49,14-15; 66,13; Sal 131,2-3) y las de un padre y esposo (cf. Os 11,1-4; Jr 3,4-19).

“El uno para el otro”, “una unidad de dos”

371 Creados a la vez, el hombre y la mujer son queridos por Dios el uno para el otro. La Palabra de Dios nos lo hace entender mediante diversos acentos del texto sagrado. “No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada” (Gn 2,18). Ninguno de los animales es “ayuda adecuada” para el hombre (Gn 2,19-20). La mujer, que Dios “forma” de la costilla del hombre y presenta a éste, despierta en él un grito de admiración, una exclamación de amor y de comunión: “Esta vez sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne” (Gn 2,23). El hombre descubre en la mujer como un otro “yo”, de la misma humanidad.

372 El hombre y la mujer están hechos “el uno para el otro”: no que Dios los haya hecho “a medias” e “incompletos”; los ha creado para una comunión de personas, en la que cada uno puede ser “ayuda” para el otro porque son a la vez iguales en cuanto personas (“hueso de mis huesos…”) y complementarios en cuanto masculino y femenino (cf. Mulieris dignitatem, 7). En el matrimonio, Dios los une de manera que, formando “una sola carne” (Gn 2,24), puedan transmitir la vida humana: “Sed fecundos y multiplicaos y llenad la tierra” (Gn 1,28). Al trasmitir a sus descendientes la vida humana, el hombre y la mujer, como esposos y padres, cooperan de una manera única en la obra del Creador (cf.GS 50,1).

373 En el plan de Dios, el hombre y la mujer están llamados a “someter” la tierra (Gn 1,28) como “administradores” de Dios. Esta soberanía no debe ser un dominio arbitrario y destructor. A imagen del Creador, “que ama todo lo que existe” (Sb11,24), el hombre y la mujer son llamados a participar en la providencia divina respecto a las otras cosas creadas. De ahí su responsabilidad frente al mundo que Dios les ha confiado

 IV El hombre en el paraíso

374 El primer hombre fue no solamente creado bueno, sino también constituido en la amistad con su creador y en armonía consigo mismo y con la creación en torno a él; amistad y armonía tales que no serán superadas más que por la gloria de la nueva creación en Cristo.

375 La Iglesia, interpretando de manera auténtica el simbolismo del lenguaje bíblico a la luz del Nuevo Testamento y de la Tradición, enseña que nuestros primeros padres Adán y Eva fueron constituidos en un estado “de santidad y de justicia original” (Concilio de Trento: DS 1511). Esta gracia de la santidad original era una “participación de la vida divina” (LG 2).

376 Por la irradiación de esta gracia, todas las dimensiones de la vida del hombre estaban fortalecidas. Mientras permaneciese en la intimidad divina, el hombre no debía ni morir (cf. Gn 2,17; 3,19) ni sufrir (cf. Gn 3,16). La armonía interior de la persona humana, la armonía entre el hombre y la mujer (cf. Gn 2,25), y, por último, la armonía entre la primera pareja y toda la creación constituía el estado llamado “justicia original”.

377 El “dominio” del mundo que Dios había concedido al hombre desde el comienzo, se realizaba ante todo dentro del hombre mismo como dominio de sí. El hombre estaba íntegro y ordenado en todo su ser por estar libre de la triple concupiscencia (cf. 1 Jn 2,16), que lo somete a los placeres de los sentidos, a la apetencia de los bienes terrenos y a la afirmación de sí contra los imperativos de la razón.

378 Signo de la familiaridad con Dios es el hecho de que Dios lo coloca en el jardín (cf. Gn 2,8). Vive allí “para cultivar la tierra y guardarla” (Gn 2,15): el trabajo no le es penoso (cf. Gn 3,17-19), sino que es la colaboración del hombre y de la mujer con Dios en el perfeccionamiento de la creación visible.

379 Toda esta armonía de la justicia original, prevista para el hombre por designio de Dios, se perderá por el pecado de nuestros primeros padres.

Resumen

380 “A imagen tuya creaste al hombre y le encomendaste el universo entero, para que, sirviéndote sólo a ti, su Creador, dominara todo lo creado” (Misal Romano, Plegaria eucarística IV, 118).

381 El hombre es predestinado a reproducir la imagen del Hijo de Dios hecho hombre —”imagen del Dios invisible” (Col 1,15)—, para que Cristo sea el primogénito de una multitud de hermanos y de hermanas (cf. Ef1,3-6; Rm 8,29).

382 El hombre es corpore et anima unus(“una unidad de cuerpo y alma”) (GS 14,1). La doctrina de la fe afirma que el alma espiritual e inmortal es creada de forma inmediata por Dios.

383 «Dios no creó al hombre solo: en efecto, desde el principio “los creó hombre y mujer” (Gn 1,27). Esta asociación constituye la primera forma de comunión entre personas» (GS 12,4).

384 La revelación nos da a conocer el estado de santidad y de justicia originales del hombre y la mujer antes del pecado: de su amistad con Dios nacía la felicidad de su existencia en el paraíso.

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Evangelio según San Marcos 9,38-40.

Juan le dijo a Jesús: “Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu Nombre, y tratamos de impedírselo porque no es de los nuestros”.
Pero Jesús les dijo: “No se lo impidan, porque nadie puede hacer un milagro en mi Nombre y luego hablar mal de mí.
Y el que no está contra nosotros, está con nosotros.